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Nuevo EP de Penny Cocks

Por Sanro Maciá.

Como un incendio. Como el fuego que va de rama en rama o de arbusto en arbusto propagándose a una velocidad vertiginosa y alarmantemente atrayente. Así, con ese ímpetu es como brota, a veces, la rabia de quien se siente impotente ante algo, de quien se mantiene firme en su lucha y no se rinde, de quien persigue un imposible y siente que se acerca a su logro.

¡Y que así siga siendo! Porque es de ahí, de las rabietas bien llevadas y de las ganas de hacerse oir, de donde nacen los himnos viscerales y los buenos temas reivindicativos. ¿Qué decir –viniéndome a la mente como ejemplo de esto- de The Ramones? ¿Y de The Clash? ¿Y The Who?

Salvando las distancias y sin querer ganarme enemigos gratuitamente, está claro que hay diferencias entre estos “cabezas” del género, pero hablar de punk sin citarlos supone, además de una insolencia, perder la oportunidad de que sirvan de excusa para presentar a uno de nuestros referentes patrios de este estilo: Penny Cocks.

Formado por cuatro jóvenes catalanes casi al final de la primera década de los 2000 y sin haber perdido desde entonces su clara intención de que su música sirva para hacernos saborear la esencia de aquel punk setentero, este grupo presenta ahora Devils, Kids & Gypsies (BCore, 2013), un segundo EP que sucede a su debut Do it cock (2010) y que, como su título puede hacer suponer, es en sí mismo un collage sobre la realidad que nos rodea, un canto reivindicativo y rabioso sobre la situación desesperada que vive hoy en día la clase marginada.

Atrás quedó el salvajismo amoroso o la sobredosis como concepto a partir del que dar forma a una canción. Con Penny Cocks llega el momento de las protestas frenéticas, de las quejas arropadas por agudas guitarras y de dar protagonismo a una sociedad que se va resquebrajando poco a poco. Ellos, dejando de lado los eufemismos, van al grano y, ya desde los títulos de sus cortes -Broken Nose, I need a Job, Its my life y Overagain-, demuestran que su actitud punk-skin no es sólo cuestión de estética.

Estos chicos saben lo que quieren, saben cómo pedirlo y saben que el silencio no lleva a ningún sitio, por lo que todo intento de describir cómo puede ser la descarga de adrenalina que cualquiera de sus canciones provoca resulta tan inútil como negar que, en el fondo, aquel que los critique denota una profunda envidia por no poder –o querer- seguir su ritmo.

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