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Volver al pueblo de nuestra infancia
Por Rubén J. Olivares

Al comenzar a leer “El verano muere joven” una ola de nostalgia te embarga, a medida que avanzas por las calles de ese pueblo que Sabatino describe con maestría en su novela, y que te retrotrae a la infancia entre las calles de un pueblo que bien podría ser aquel que recorrimos cuando éramos niños. Un pueblo en el que los días son los de un largo verano en los que huir de la ciudad, un pueblo que se convierte en refugio, con sus fuentes y su río de aguas cristalinas. Esta novela nos retrotrae a los tiempos de la inocencia, en la que soñábamos con ser piratas, forjábamos pactos de sangre que nos unían como hermanos y estrechábamos lazos de amistad y en la que cualquier cosa nos parecía posible y que poco a poco nos empujó a descubrir que también existe la tragedia y el dolor, que forjan nuestro carácter y nos empujan hacia la madurez.

Las páginas de “El verano muere joven”, nos conducen al verano de 1963 en un pueblo italiano de la costa del Adriático, un luminoso y bucólico microcosmos en los que tres amigos que se encuentran en esa edad indeterminada en la que dejamos de ser niños sin llegar a alcanzar la adolescencia, esa edad que transita entre los doce y los catorce años, Damiano, Primo y Mimmo disfrutan de su vida entre largos y bochornosos días, en las calles de la plaza, cobijándose del calor bajo la sombra de un árbol o de los balcones, escapándose a sus rincones predilectos cerca de un acantilado en el que rompen olas de espuma y salitre que les invitan a soñar con travesías marítimas, refugios donde evadirse de sus padres y de los problemas que, pese a ser niños, viven en sus casas, espacios donde vivir su inocencia, donde compartir sueños y secretos, donde, en definitiva, ser niños. Pero todo cambia cuando un día Mimmo tiene un percance con un grupo de jóvenes bravucones del lugar, lo que amenaza la armonía de su mundo. Los tres niños deciden firmar un pacto de sangre para responder a futuras amenazas: si cualquiera de ellos o sus familias sufren una afrenta, responderán al unísono con una represalia proporcional al daño sufrido. Lo que no imaginan ninguno de ellos es que a lo largo de ese somnoliento y cálido verano – en el que nacen las camaraderías y lealtades, los rencores y venganzas, los miedos y los primeros amores – una serie de desafortunados sucesos los llevarán a poner a prueba su pacto tres veces en un trágico crescendo que marcará sus vidas y les hará madurar antes de tiempo.

Mirko Sabatino nos introduce en su primera novela en una atmósfera saturada de belleza y violencia, con una prosa sobria, evocadora y elegante que nos traslada a un mundo bucólico en el que vive la inocencia, que irá dando paso a medida que la historia avanza hacia una atmósfera agobiante, tensa y cargada de violencia impulsada por un crescendo febril que nos mantiene encadenados a la historia durante los últimos capítulos del libro y que nos habla de la fragilidad y la brutalidad que nos sorprenden desde donde menos lo esperamos, y cómo ésta nos sume en la más oscura de las pesadillas que emergen del corazón cegador de un verano de ensueño en el que se rompió la inocencia. Un gran debut literario, un autor que irrumpe con fuerza en el panorama literario. Solo puedo decir: bravo, bravissimo.

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