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Por Vanessa Díez.

Con las ganas que tenía de ver Átame, todavía estoy con la digestión a medias. En un principio pensé que era apología del maltrato, en caliente. Después una se da cuenta que no es más que una historia de tantas en la que una mujer se deja arrastrar hacia un callejón sin salida y no se dará cuenta hasta que ya sea demsiado tarde. Aunque el director deja ahí la historia, para contarla o no más adelante. Puede que recuerden la mítica imagen del buceador llegando al pubis de Vitoria Abril, pero el guión tiene mucho más.

Un secuestro de una actriz que venía de las calles por un admirador que se había obsesionado con ella, sólo quería que le conociera mejor para que se enamorara de él. Sería un buen marido y un padre para sus hijos, para demostrárselo la golpeó para que callara, la ató a la cama y la amordazó. Salió malherido en el mercado negro por conseguirle a ella su dosis, al ver su vulnerabilidad cayó su lucha por huir de él.  Sufría de síndrome de Estocolmo, como decía Sabina ella le dijo átame.

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