En estos días en que los perfumes nos invaden podemos darnos cuenta como el cuerpo de la mujer sigue siendo en este sector un oscuro objeto de deseo. Haciendo uso de archivo os recupero aquí uno que me recordaba dos obras de arte, una de la pintura y otra de la fotografía. Se bebe de todas partes. La creatividad es un baúl sin fondo.
Ante nosotros una mujer desnuda sobre un diván cubierto por una sábana de seda blanca, tan sólo cubren el cuerpo de ella unas medias negras hasta la mitad de sus muslos y unos pétalos de rosa sobre sus pechos. Lo inspira un cuadro de Manet, Olimpia, 1863. Ambas protagonistas nos miran directamente, no se avergüenzan de su vida ni de su condición. Desnudas ante el espectador sin ningún pudor.
Fue la primera vez que se ofreció un desnudo natural sin recurrir a la mitología clásica, ya la mujer no estaba echada para el disfrute masculino sino que era una parte activa de la imagen. Erguida sobre la cama y mirando directamente a su posible observador. Existía en este cuadro de finales del siglo XIX características de la fotografía publicitaria actual, pues la modelo mira directamente a cámara al posible comprador para seducirle, posa para él. Las medias negras características de algunas obras de Manet o Toulouse-Lautrec que caracterizaban a las prostitutas de la época son ahora un elemento fetiche de la modelo que connotan la sexualidad que transmite su pose y los objetos que la acompañan.
Con esas medias negras puestas la modelo nos recuerda una fotografía de Bettina Rheims, Claudya con guantes (París, 1987), en el que la mujer posa desnuda con guantes y medias negras, pero no se esconde, mira segura de sí misma directamente a cámara (la de la imagen es Claudya VI pero la actitud es la misma, en la otra posaba de frente). Se connota a la femme fatale la imagen deseable de una mujer que se ofrece dispuesta a dar placer. El cuerpo femenino es un oscuro objeto de deseo, primero lo demostró el arte y la publicidad se aprovechó de ello, heredándolo.