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Por Francisco Gómez.

 

A María, los días todos

Uno no es crítico literario ni uno de esos gurús culturetas  a quien casi nadie escucha en el laberinto de las redes y los ruidos del mundo moderno. Sólo es un lector que disfruta con los buenos libros que puede llevarse a los ojos del cuerpo y el corazón.

La lectura de la última novela de Gustavo Martín Garzo «Y que se duerma el mar», título sugerente donde los haya, me ha enamorado. Con una prosa lenta, bella, cautivadora, he quedado atrapado entre sus redes desde el principio hasta el final. Martín Garzo nos cuenta las andanzas de una niña manca de su mano derecha, cuyo nombre es María (que en hebreo significa «amada» página 14). Desde su tierna infancia con su madre Ana y su padre Joaquín (Era un hombre bondadoso y devoto, pero nunca pudo celebrar públicamente el nacimiento de María. Su deformidad le avergonzaba como antes lo había  hecho la esterilidad de su esposa, pues las autoridades religiosas consideraban que antes era un signo del descontento de Dios. Por el día se negaba a ver a la niña y abandonaba temprano la casa, a la que no regresaba hasta que había cumplido sus obligaciones. Pero por la noche, cuando todos dormían, iba en secreto al cuarto de la pequeña, y tras tomarla en sus brazos se paseaba con ella por el huerto y el jardín -página 16).

Las andanzas de María con sus esclavas y amigos, en especial Abigail, que le habla de la misteriosa presencia de los ángeles (Para los ángeles, el amor era la distancia, el desinterés, el vacío; para los seres humanos una promesa de felicidad-página 25). Esos mismos ángeles que le confían a María una promesa y un interrogante que su joven corazón no sabe descifrar.

El acuerdo al que llega su madre con José, vecino de Nazaret, para desposarle con el carpintero antes que su progenitora fallezca. El temor de José a quedarse solo en su vejez. Las dudas del encantador corazón de María a casarse con un hombre mucho mayor que ella y por quien no siente la ebriedad y la congoja amorosa. La gentileza y la timidez de José. (José llegó al atardecer sobre un asno. Una de las criadas anunció su llegada y Ana y María salieron a recibirle. María estaba muy hermosa  pues Ana la había vestido para la ocasión…Parecía una novia y sus ojos desprendían bondad cuando se dirigió a José para ofrecerle su casa en nombre de su madre. José se apeó del asno y se inclinó gentilmente ante ellas -página 81). (Una semana después, María llegó a Nazaret. José el carpintero estaba esperándola en el camino y le ayudó a bajar del asno. No le preguntó dónde había estado ni lo que había hecho en todo ese tiempo. María iba a empezar a hablar pero José se lo impidió poniendo delicadamente las yemas de los dedos en sus labios…-página 240).

«El lenguaje de las fuentes» (Premio Nacional de Narrativa en 1994) es el relato posterior a este aunque publicado antes y nos cuenta las dudas y desvelos de José, ya casado con María, y la misteriosa presencia de los ángeles que tratan de despejarle el panorama de sus incertidumbres.

No voy a descubrir aquí la calidad narrativa de Gustavo Martín Garzo, Premio Nadal en 1999 por «La historia de Marta y Fernando» y Premio Ciudad de Torrevieja en 2010 por «Tan cerca del aire», un hombre de amplia cultura y sensibilidad. Me quedo con una frase impresionante de su Nota final. «Las vidas con el paso del tiempo se pueblan de muertos queridos. Todos ellos han estado a mi lado mientras escribía este libro». Suscribo hondamente la frase y el sentimiento.

Si quieren emocionarse, lean «Y que se duerma el mar». No les defraudará.

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