Por Sandro Maciá.
“Elige una vida. Elige una carrera. Elige un trabajo. Forma una familia…” Así narraba el personaje de Mark Renton, al inicio de la genial Trainspotting -película de Danny Boyle basada en el best-seller de Irvine Welsh-, la presión que la sociedad ejerce sobre cada uno de nosotros y la responsabilidad que, sin querer, adquirimos de forma casi inmediata para no cesar ni un segundo en el empeño de conseguir ser alguien en la vida. Y no alguien cualquiera, ¡el mejor!
No obstante, lo que periódicamente me lleva a recordar esas palabras, más que el agobio natural que pueda suscitar en mí el “no estar a la altura” en determinadas situaciones a lo largo de ese camino hacia la autorrealización como “superhombre” -casi al estilo de Nietzsche-, es la pena que me produce ver cómo menospreciamos las cosas más simples y le quitamos importancia a los pequeños detalles de la vida porque, aparentemente, no nos ayudan a progresar.
Pero esta vez, la reflexión no ha surgido en mí de forma espontánea como sí ocurre cuando me dejo maltratar por mis agobios personales, sino que la culpable de que desde ahora decida ir sin prisas por la vida y parándome a saborear cada paso tiene nombre y apellidos: Anne Jensen. Ella, una cantante danesa de sólo 20 años, me abrió los ojos el pasado jueves -a mí y a todos los asistentes a su concierto en la sala Primera Planta de Elche- y me dio una lección de humildad: de nada sirven los artificios si no sabes disfrutar de lo sencillo, de lo natural.
Anne, sin más armas que su voz y una guitarra, nos demostró que la vida puede degustarse poco a poco, sorbo a sorbo, y que a veces es más sano dedicarle tiempo al disfrute de algo tan antiguo como el arte, un arte que ella expresa con dulzura en unas canciones y con ímpetu en otras.
La neerlandesa Anouk, los ingleses Florence and The Machine o alguna compatriota de Dinamarca fueron los artistas que la señorita Jensen escogió para dejarnos con la boca abierta durante una actuación que, tanto por su puesta en escena como por el aforo, rezumaba sensibilidad, paz y amor por lo que allí nos congregó a todos (además de la admiración por Anne): la música.
A la intérprete danesa no le hizo falta una banda al uso para emocionar. Ella ofreció un concierto acústico de los que transmiten sólo con la voz, una voz que variaba en su justa medida y que iba cambiando con diferentes matices en función de las canciones que, acompañadas por una guitarra, formaron parte del repertorio.
Con momentos casi mágicos, como la interpretación de temas como Lost o Come to Ten, Anne Jensen hizo de la noche del jueves un oasis en el que refugiarnos, una pausa en el espacio y el tiempo que nos permitió desconectar durante un buen rato de los problemas cotidianos. Es más, yo, personalmente, quedé tan encantado que he tardado bastante en volver a planificar mi vida en torno a eso de “elige una vida, elige una carrera, elige un trabajo…”