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Por Vanessa Díez.

El poeta Paul Valery solía decir de ella que “vivía su pintura” y “pintaba su propia vida”. Su pintura era “el diario de una mujer expresado a través del color y el dibujo”. Fue una de las fundadoras del grupo independiente Sociedad Anónima (cooperativa) de Artistas -pintores, escultores, grabadores- que acabó siendo el Movimiento Impresionista y la única, junto con Camille Pissarro, que tuvo cuadros en todas las exposiciones impresionistas originales. Sin embargo, al igual que Mary Cassatt, Eva Gonzalès o Marie Bracquemont, Morisot fue relegada a la categoría de “artista femenina”. En vida tuvo buenas críticas y una cotización notable, con frecuencia superiores a las de sus colegas, algunos autores aún reconociendo la relevancia de su obra han dedicado más interés a su vida personal que al análisis pictórico de su obra. Tras su prematura muerte a los 54 años fue olvidada. Por suerte en los últimos años existe un interés serio por el análisis de esta notable figura del arte del siglo XIX. Sus pinturas pueden alcanzar cifras de más de 4 millones de dólares. Ahora se restituye su memoria en nuestro país por primera vez, cumplidos los 171 años de su nacimiento, gracias a la exposición Berthe Morisot: La pintora impresionista que le dedica el Museo Thyssen (hasta el 12 de febrero), llegan desde el Museé Marmottan Monet de París la mayor parte de los 30 cuadros de la colección, una muestra de las 860 obras que creó a lo largo de su vida.

Las mujeres eran relegadas a “artistas femeninas”, tratando la inmediatez en temas de la vida cotidiana en el hogar como escenas de mujeres y niños en sus trabajos, el mundo masculino estaba prohibido. Así Paloma Alarcó, la Comisaria de la exposición afirma que “Tuvo que empezar a formarse artísticamente copiando, como copista en el Museo del Lovre, porque la academia de Bellas Artes estaba completamente cerrada a las mujeres en aquella época”. Su familia la apoyó para pintar y Camille Corot, importante paisajista de la Escuela de Barbizon, la aceptó como discípula, introduciéndola en el ambiente artístico. Pero “donde ella se encuentra como pintora es en el entorno de Manet, le pide posar para él en el gran cuadro de retrato colectivo El Balcón, se sentía francamente atraído por ella y la respetaba como artista”, afirma Paloma Alarcó. Aunque acabó no como mujer de Édouard Manet, sino como cuñada, pero le sirvió de modelo en varios retratos. Ella diría: “He encontrado un hombre bueno y honesto que, creo, me quiere de verdad. Estoy viviendo la vida positivamente, después de años de fantasía”. Eugène Manet fue un apoyo a su carrera, animándola a pintar y exponer. Tuvieron una niña, Julie, que se convertiría en uno de sus temas favoritos. Murió de neumonía, la cual cogió mientras amamantaba a su hija tras acabar de reponerse de otra enfermedad. Julie tras la muerte de su madre se encargó de promover su obra. Está enterrada en París, junto a su marido y Édouard Manet.

 

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