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Por Sandro Maciá

Como una guitarra que ha ido destensando sus cuerdas. Como un cante cortado a cuchillo en mitad de la proyección de la voz. Como un taconeo que se para de golpe. Así nos dejó, hace ahora veinte años y por culpa de un cáncer de pulmón, un grande de la música: Camarón de la Isla, un artista que supo, a golpe de valentía y arte, dar un giro al encorsetado mundo del flamenco –le pese a quien le pese- y dotar a este género de la fama que siempre debió tener.

Criticado por unos y alabado por otros, este gaditano apuntó maneras desde que nació en Cádiz, allá por 1950, en el seno de una familia gitana que crió a ocho hijos y que, sin saberlo, contaba entre sus miembros con una futura leyenda, una leyenda que, aun teniendo nombre propio –José Monge Cruz- quedará grabada en la memoria colectiva con el apodo que heredó de su tío “el camarón”, conocido así, igual que el maestro del que hoy hablamos, por tener una tez tan pálida y un cabello tan claro que recordaba, más que al típico calé, al crustáceo en cuestión.

Su vida, de sobra conocida por cualquiera que sepa, mínimamente, algo de música, siempre estuvo marcada por el agridulce sabor de un pasado triste y duro, por el pastoso recuerdo del hambre, por la pérdida de un ser querido –su padre, que murió de asma-, por las largas tardes de trabajo…; en definitiva, por una serie de hechos que podrían haber sido sacados de cualquier película de cine de sobremesa pero que, en su caso, le dieron el empuje necesario para adentrarse en un camino que, poco a poco, le fue dando un sinfín de alegrías.

Precisamente, es a lo largo de dicho camino, de esta transición de la calle a los “tablaos” más prestigiosos, cuando Camarón conoce a su gran amigo Rancanpino –ilustre cantaor-, cuando comienza a acompañar a Dolores Vargas y la Singla en sus espectáculos, cuando recorre Europa y América enrolado como miembro de la compañía de Juanito Valderrama y cuando, ya en la década de los setenta, se alía con el gran Paco de Lucía para parir algunos de los discos más laureados del flamenco contemporáneo.

Vida y obra, obra y vida. Da igual cómo se acerque uno a la historia del gran Camarón de la Isla. No importa el orden de los factores, no es imprescindible ser puristas y deshacernos en elogios al hablar de sus primeros trabajos –recordemos, eso sí, delicias como Al verte las flores lloran, su debut- o, por el contrario, ser acérrimos defensores de su experimental La leyenda del Tiempo –del que me declaro fan absoluto, por cierto-. No, ni una cosa ni otra. Para entender a este maestro sólo hay que dejarse llevar, disfrutar de su voz y encajar con sensatez el toque alternativo -casi indie- con el que, de forma más o menos acertada, quiso llevar al extremo su desbordante –vale, para algunos desbordada- creatividad.

Ahora ya, con la mente abierta y sin más pretensión que la de reconocer -equivocaciones o traspiés aparte- el mérito del autor de Soy gitano (el disco más vendido de la historia del flamenco, en el que colabora el guitarrista Vicente Amigo), sólo nos queda hacernos eco de los homenajes que se le brindan, como cuando su vida fue llevada al cine en 2005 por el director Jaime Chávarri –donde Óscar Jaenada encarnó al de Cádiz- o como el espectáculo que, con motivo de la Bienal de Flamenco de Sevilla de este año, se estrenará estos días en el auditorio del Palacio de Exposiciones y Congreso de dicha ciudad (Fibes).

 

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