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Por Francisco Gómez.
Una vida larga da para mucho si eres alguien inquieto y la mar te mueve por muchos rumbos y diversas orillas. Es el caso del poeta que hubiese querido ser matemático, José Manuel Caballero Bonald. Ha conocido a todos los grandes de la narrativa y poesía españolas de los años 50 del pasado siglo para acá. La lista es fecunda. Ellos, que vivieron una época gris, oscura, de la España mediocre, eran altos bebedores de la vida nocturna y sus encantos: «Elegíamos la noche para oponernos a lo establecido, íbamos contra los bienpensantes. El consumo de bebidas alcohólicas era una forma de rechazo al medio ambiente social y el deseo de ser felices. La búsqueda del último bar de la noche».
 Este poeta jerezano, mestizo como él mismo se definió en la quinta jornada de las sesiones Cada Cual encuentro de autores contemporáneos, organizadas por el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, es un superviviente: de una foto captada  en febrero de 1959 ante la tumba de Antonio Machado en el Collioure en el XX aniversario de su fallecimiento, es el único que vive. Ha visto marchar a tantos buenos poetas y escritores, amigos: Blas de Otero, Claudio Rodríguez, José Agustín Goytisolo, Carmen Martín Gaite, José Ángel Valente, Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral… Sólo quedan como testigos de su tiempo junto a él en poesía, Francisco Brines y Antonio Gamoneda. «Yo soy el único superviviente de ese grupo de la foto de Collioure con Paco Brines. Éramos un grupo de personas autodestructivas en un clima angustioso».
 Aquella España no es esta, pero uno observa ciertas similitudes en estos tiempos de reformas, recortes y ajustes. Vuelve a prevalecer el pan, el trabajo, la supervivencia y se arrinconan la cultura, las ideas y otras formas de vivir y sentir.
 El director del Gil-Albert, José Luis Ferris, desglosó las facetas de Bonald como poeta, narrador y ensayista: «El mejor poeta de los prosistas, según Rafael Conte y el mejor prosista de los poetas». Ferris, en su variante de escritor de novelas, destacó «su narrativa con propósito crítico al servicio del hombre, su carga imaginativa, talento narrativo, eficacia expresiva y verdad humana». Así se refirió  a su primera obra «Dos días de septiembre» (1962) y Ágata ojo de gato» (1974), Premio Barral-al que Bonald renunció- y Premio de la Critica y a su última novela «Campo de Agramante», publicada hace ya 20 años.
 Pero su oficio más amado es la poesía. Caballero Bonal se siente y es sobre todo poeta, un fiel seguidor de Góngora. Aseguró que dentro de 20 años le gustaría que le recordasen por dos buenos poemas de su trayectoria amplia y fecunda, que ha culminado hace poco con «Entreguerras» (2012-Seix Barral), una suerte de poemario-rio testamentario y con tintes autobiográficos.
 Habla Bonald, el maestro, el superviviente, el deseante de ser en una nueva vida matemático. Nosotros callamos.
 «Un escritor sabe muy poco de su obra. La poesía es la más alta temperatura que se puede manejar en el idioma. Es un hecho lingüístico que genera sus propios códigos. iluminadores. La poesía es un arcano. Un acto del lenguaje. Las palabras crean una atmósfera determinada. La poesía no hace falta entenderla del todo. Sólo basta con quedarse emocionado. Espronceda me deslumbró en una convalecencia de juventud en Jerez. Quería imitarlo, llevar una vida licenciosa».
 Y su pasión por las Matemáticas.
 «Si viviera de nuevo querría ser matemático. Resolver problemas matemáticos como cuando estudiaba Náutica en Cádiz».
 Quedamos admirados por la pasión, la lucidez, la vitalidad de este jerezano que nos ha regalado un nuevo libro de verso largo, recuerdos, pérdidas, amores, desamores y vida vivida a sus 86 años, camino de sus 87 largos y fructíferos años.
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