Ni Dukan, ni la dieta de la alcachofa, ni la del pepino, ni nada de nada. Para adelgazar, todos sabemos que hay que comer sano, que hay que hacer ejercicio y que aquello que más nos gusta será lo primero que tengamos que dejar de comprar para mantener nuestra figura esbelta o, al menos, para llegar a conseguirla. Así de sencillo. No hay más misterio que armarnos de valor, pasar un poco de hambre y olvidarnos de los caprichos veraniegos. ¡Adiós, querido helado de vainilla con cookies! ¡Bye bye granizado –híper azucarado- de limón! ¡Ciao grasientos montaditos de morcilla de la terracita de la esquina!
Visto así, y tras haberos quitado la poca ilusión que os quedaba de conseguir un cuerpo fibrado y musculoso sin esfuerzo alguno, puede parecer que lo próximo que vaya a hacer es presentarme en vuestra casa con una pistola para evitaros el sufrimiento de tener que estar alimentándoos de lechuga y agua en lo que queda de verano. Sin embargo, para que veáis que mi maldad no llega a tales extremos, voy a recomendaros algo que, sin tener que comer menos que una comadreja en ayunas, os refrescará más que cualquier helado y os hará perder quilos y ganar gramos de buen humor.
¿Será una tabla de ejercicios? ¿Será una pastilla quema-grasa? No, es algo mejor: es el nuevo disco de Gabriel y Vencerás, que lleva por nombre Ácido Niño (Gran Derby Records, 2012) y en el que la banda de Zaragoza nos presenta once temas que, aunque recuerdan a grupos de referencia del indie más elegante -véanse esas voces al estilo Lori Meyers, por ejemplo-, mantienen una esencia propia, una línea común marcada por letras simpáticas que tienen más trasfondo de lo que aparentan a la primera escucha -si se lee entre líneas, como ocurre en la fantástica Palacio-.
Letras aparte -sin desmerecer frases dignas de ser tatuadas, como: “si me tengo que morir, que sea de risa”-, el elemento quita-grasa de este disco está en la estructura de sus canciones, o sea, en el acierto que han cometido al elaborar más de una decena de pistas que resultan ligeras y refrescantes, que huyen de la densidad y el lamento presente en el repertorio de otros grupos y que, sin ser menos elaboradas por ello, incitan de forma casi automática a levantarnos, a querer ser parte de sus acordes y a dejarnos llevar por sus guitarras.
El universo que se plantea en Ácido Niño atrapa al oyente, de eso no hay duda. Sus ritmos enroscados, como ocurre en Necrológicas, empiezan a entrar en nuestros oídos de forma nítida y acompasada para pasar a fundirse en una cascada de distorsiones formadas por sintetizadores, guitarras y trompetas. Por eso, hartos ya de sacrificios inútiles, ha llegado la hora de darle una alegría al cuerpo y a la mente, ha llegado el momento de sucumbir a Gabriel y Vencerás y, olvidarnos, al menos el rato que duran sus canciones, de todo lo que nos rodea.
Lo de perder quilos dependerá de cómo viva cada uno la música, pero lo de entrar en el mundo ácido de estos chicos y pasar un buen rato está más que asegurado. Palabra.