Hay cosas –cada vez menos, la verdad- sobre las que, si puedo, intentaré no escribir en lo que me quede de tiempo antes de criar malvas. No por fanatismo, ni por fe, ni por miedo o respeto. No, nada de eso, lo que -mientras me sea posible- me lleva a no tratar según qué temas en los párrafos que tecleo es algo mucho más sentimental y personal: es la admiración.
De esta palabra, A-D-M-I-R-A-C-I-O-N, os dirán de todo, tanto bueno como malo. Sin embargo, letras aparte, hasta que realmente alguien me convenza, me comprometo a seguir luchando para que nadie empañe el cariño que le tengo al término e intentando huir de aquellos que dicen que esto de admirar es el principio de imponer o dictar al resto las ideas propias que despiertan dicho sentimiento.
¿Cabezonería? Pues sí, para qué negarlo. Y es que, una vez escuchados trabajos como el último de Holywater no me siento capaz de no hacer poco menos que una oda a la palabra antes citada, pues es la que más veces me viene a la cabeza al empaparme de cada nota, de cada riff, de cada verso de esta veterana banda que puede presumir de contar en su haber con cinco elepés desde que iniciaran su andadura profesional en 2002 –aunque se formaron años antes, en el 98- con Handle with Care (Astro, 2002), primogénito que acabaría siendo el hermano mayor de una larga “estirpe” formada por Sides (Astro, 2004), Tranquility (Astro, 2008) y The Path to Follow (Ernie, 2010).
Además de sus cuatro vástagos, llega estos días al mundo la quinta criatura del grupo: Wasteland, un disco que parece nacer del impulso cogido con su disco anterior y de la energía recargada tras los más de setenta conciertos que han celebrado por salas y festivales de toda España.
Grabado en Ultramarinos Costa Brava por Santi García, y coproducido entre Holywater y Santi García, este Lp se presenta, formalmente (pese a una edición gráfica moderna y colorista) como un trabajo clásico y reposado –no rítmica sino conceptualmente-, adjetivos que juegan a su favor en lo que a muestra de madurez se refiere, pero que también denotan el único desliz de la banda en este proyecto: su poca novedad respecto a lo que se ofrece habitualmente en este género musical.
No obstante, seguir un estilo de forma tan fiel como lo hacen Holywater con el rock, supone un riesgo, un sacrificio de la frescura que, por otra parte, compensa con creces la voz de Ricardo Rodríguez, una sección rítmica muy bien llevada y la potencia de unas guitarras bastante “neilyoungianas”.
Seamos realistas, quien no arriesga no gana, y si algo seguirá acercando a esta banda al éxito que ha saboreado otras veces es, talento incluido, es su entrega y respeto.