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Por Sandro Maciá

Dos acordes, un poco de distorsión y varias frases ingeniosas. Si a estas tres cosas le sumamos unos cuantos sonidos curiosos y subimos el volumen de los instrumentos hasta camuflar la voz y que parezca que nos están enviando mensajes desde el Más Allá, obtendremos la fórmula exacta que utilizan muchos grupos indie para encabezar carteles en festivales y llenar salas de conciertos.

No dudo que el pop se caracterice por la frescura y la sencillez. Tampoco niego que la innovación es algo que me lleva atrayendo desde que los Planetas irrumpieron en el panorama musical con sus distorsiones interminables y sus versos difuminados -pero siempre trabajados-; sin embargo, no pocas veces me he parado a pensar… ¿Dónde ha quedado la autenticidad? ¿Será todo fruto de dejarnos influenciar por lo más extravagante y lejano atendiendo a aquello de que “nadie es profeta en su tierra”?

Tic, tac, tic, tac… ¡Quien tenga respuesta que levante la mano! Yo, por mi parte, lo que puedo decir con una inmensa alegría es que el viernes asistí al concierto de un grupo que sí demuestra originalidad y trabajo en todo lo que hace, un grupo que a fuerza de ofrecer su arte en forma de canciones ha conseguido profetizar tanto en su tierra como en casi todo el territorio nacional: Klaus&Kinski, que están de estreno de Herreros y Fatigas (Jabalina, 2012), su tercer “hijo”.

Este dúo murciano, que lleva ya tres discos de estudio -sin contar colaboraciones o discos de versiones- llenó la sala de la Llotja de Elche de talento, luz y sensibilidad con una puesta en escena de lo más verbenera -entendido en el mejor de los sentidos, como pudo comprobarse cuando a lo largo de toda la actuación iba proyectándose a espaldas de los músicos una imagen con banderitas y luces de fiesta que simulaba, con efectos de luz, el paso del día, desde la tarde a la noche- y gracias a la dulce voz de Marina y a la excelente compenetración del resto de la banda, con Álex y su guitarra a la cabeza.

Canciones como Mengele y el amor o El Rey del Mambo y La Reina de Saba, de un estilo tan original como clásico -ukelele y coros de tipo “bolero” de Álex incluídos-, se mezclaron encima del escenario con piezas mucho más movidas – todos bailamos con la marchosa Rockanrolear y con la elctrónica Forma, Sentido y Realidad- y con temas que no podían faltar como Mamá No Quiero ir al Colegio, que resultó en directo tan espectacular como lo es en Tierra, Trágalos (Jabalina, 2010), uno de sus trabajos más conocidos.

Sé que ver a un grupo tan auténtico puede resultar peligroso -recordemos que las comparaciones entre un directo y lo que suele presentarse ya editado en un cd no siempre son una buena idea-, pero Klaus and Kinski ofrecieron un espectáculo de lo más equilibrado, tanto en calidad como en cantidad. Ellos, como diría Aristóteles, encontraron “el término medio” para presentar ante los asistentes una selección de canciones que, con una interpretación impecable, emocionaron y divirtieron por igual a todos los que allí nos congregamos para comprobar que lo auténtico sigue existiendo (y mucho más cerca de lo que creemos).

 

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