Recuerdo con cariño, desde aquellos años en los que iba al cole con mi uniforme gris y blanco, cargado de mochila y libros, cómo nos solían explicar las “profes” que el ciclo vital de cualquier ser vivo consiste en nacer, crecer, reproducirse y morir. Es más, recuerdo hasta cómo nos lo detallaban todo ilustradamente a modo de viñeta, tomando como ejemplo –si la memoria no me falla- una planta.
Sin embargo, hoy, haciendo recuento de lo acontecido durante el fin de semana y rememorando el emotivo concierto que Lucía González, cantautora ilicitana, ofreció en el auditorio del Centro Cultural L’Escorxador de Elche, me encuentro replanteándome todo esto y me empiezo a cuestionar si es que yo he sido raro ya desde pequeño o si es que he intentado buscarle constantemente los tres pies al gato a cualquier definición, pues siempre -desde que era un renacuajo de no más de un metro de altura- he creído que, a la hora de definir este proceso en los seres humanos, deberíamos ampliar las cuatro fases de la vida con conceptos intermedios, como: disfrutar, reír, amar, querer, odiar, probar, emocionar –o emocionarse-, sentir, y un larguísimo etcétera.
Pero que nadie se equivoque. Esta reflexión sobre las plantas, el crecimiento y las personas no se debe a que la joven artista nos diera una clase magistral de biología en lugar de cantar. No, ni mucho menos, lo que ocurre es que asistir a un concierto de Lucía te hace replantearte todo esto y más, te hace desconectar del mundo y ser partícipe de una serie de emociones tan reales como la vida misma.
Desde que esta ilicitana sale al escenario y empuña su guitarra -sí, sí, es así: ella no sostiene la guitarra, ella la empuña con el carácter y la decisión de quien sabe qué está haciendo y de quien lo hace con el corazón, como debe ser-, su simpatía y familiaridad hacen que cualquiera se sienta como en casa, creándose un ambiente de complicidad en el que nadie se libra de pasarlo en grande con canciones como Amistad (dedicada a sus amigas, que no dudaron en corear cada una de las estrofas) o Ay! (divertidísima composición sobre el amor entre “los churris y las churris” –palabras textuales de la autora- en la que el público se volcó con gran alegría).
Por otra parte, en este torrente de vida y emoción condensado en las dos horas que duró el concierto, también hubo espacio para el intimismo y para la nostálgica lágrima que siempre se origina cuando se empiezan a oír los primeros acordes de Habla la Experiencia (tema dedicado a los recuerdos heredados de sus abuelos) o de la melódica La Calle del Marqués (aclamada con entusiasmo por el propio público).
Vida, amor, diversión, sentimiento… ¿Se puede esperar más? Pues sí. Aún hubo más: Lucía sorprendió en esta vuelta a los escenarios -no olvidemos que llevaba unos años sin dejarse ver en este tipo de eventos- con un acompañamiento instrumental de excepción que, a ritmo de saxo, percusión, una segunda guitarra y un violonchelo, dieron un aire más maduro a los temas de su repertorio habitual y a alguna de las nuevas composiciones -como Todavía- de esta cantautora que, sin perder el humor ni la cercanía con su público, supo demostrar su arte con dos “covers” nada sencillos de interpretar -siendo uno de ellos el castellanizado y recientemente aflamencado No Puedo Quitar Mis Ojos de Ti- y con una renovada y potente versión de un tema tan positivo como la propia autora: Quiero.
Pudo gustar más o menos, eso no lo discuto; pero lo que tengo claro es que quedarse impasible ante esta artista es, claramente, un síntoma preocupante.