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Por Rubén J. Olivares.

La capacidad narrativa de Jarms sorprende por su habilidad para convertir la muerte, la violencia, la injustica en relatos que atraen, en pequeñas obras maestras intensas. Una colección de cuentos absurdos, irreales, crueles, pequeñas muestras de lo que se llama novela negra, llevadas hasta su extremo. Una pequeña joya literaria, de esas con las que uno tropieza por casualidad (con suerte) o que acaba descubriendo tras una intensa prospección en sus librerías favoritas, tras buscar y buscar en las estanterías un libro que llame su atención y que tras leer un par de páginas le atrape.  Una bofetada paradójica, pues lejos de sentir como se extendía el dolor por el cuerpo (que lo hace, pues este libro está lleno de historias negras y violentas), pronto experimenté un extraño placer, un placer malsano  derivado de la ingeniosa narrativa, de las mordaces y esperpénticas historias que pueblan este libro.

Jarms es el eco de una voz literaria que desde los años veinte nos llama desde la lejana Rusia ofreciendo un conjunto de originales y agudos relatos repletos de humor negro, violencia, ironía y cinismo, pero también de absurdo, de realidad llevada hasta el extremo  como último refugio a través del cual escapar de una realidad más cruenta e irreal que la que muestra en sus libros y que le condenó a acabar muriendo de una muerte absurda e injusta, como todos los personajes que transitan por sus historias, en una cárcel estalinista.

Colección de cuentos breves, que leídos al azar pasarían por ser macabros chistes para el divertimento de un grupo de amigos. Una espléndida muestra del humor negro del cual Jarms era un maestro que entretiene y divierte sin llegar a herir nuestra sensibilidad. Pero cuando se empieza a leer uno, la curiosidad te atrapa y te empuja a querer saber más, por lo que me animo a leer otro relato. Y a continuación otro. La lectura sigue siendo divertida, absurda, violenta pero atrayente por lo que de novedad y de frescura aporta a la oferta actual literaria; pero a medida que voy  acumulando cuento tras cuento, historia tras historia lo que otrora me parecía divertido e irrisorio por lo extremo y absurdo de su argumento se va volviendo poco a poco en algo más serio, en el reflejo de una sociedad violenta y absurda. La acumulación de tantas muertes sin sentido, el desasosiego vital de sus personajes que en un grito mudo piden ayuda para salir de esa realidad, el aumento exponencial de los suicidios, la acumulación de cadáveres, la angustia de las detenciones arbitrarias y el laberinto de opresiva burocracia acaban convergiendo en un duro retrato de una de las épocas más absurdas e infames de la historia de la humanidad.

Una voz satírica fuera de la postura oficial estalinista con una escritura demoledora que arremete contra un sistema social injusto y cruel que se ensaña con aquellos que prometía proteger: pobres, trabajadores, campesinos y el resto de grupos que componían la clase trabajadora rusa de los años 20-30. Tras leer este libro no puedo dejar de pensar que posiblemente estemos ante el libro de cabecera que Rafael Azcona  leería para dar forma a películas como “El pisito”, “El cochecito”, “Plácido” o “El verdugo”, películas que retrataban con cruel fidelidad y sátira la miseria y pobreza de un régimen que presumía de salvar a los españoles al tiempo que los amordazaba y aplastaba.

 

Un libro que produce placer al lector y que se recuerda con cierto regusto amargo pero placentero tras cerrar el libro, como una buena taza de café, y que nos invita a volver a abrirlo para releer ese fragmento, ese breve cuento que nos atrapó por su genialidad.

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