Por Sandro Maciá
El arte de hacer bien las cosas, al menos desde lo vivido por mi parte, es algo que no puede medirse ni cuantificarse. El arte, ese arte de lo hecho con gracia, en lugar de registrarse como cualquier otra cualidad, se siente, se goza y se disfruta.
No hay más. Esa es la esencia de lo puramente artístico, de lo artesano. Precisamente por eso, no me extraña que Miguel Poveda, como artista que es, haya decidido escoger este evocador sustantivo para bautizar así a su octavo disco -ArteSano (Universal Music, 2012)-, última entrega de la prodigiosa voz del catalán más flamenco del panorama musical actual con la que vuelve a demostrar que su carrera es imparable.
A sus espaldas, Miguel Poveda cuenta ya con galardones de la talla del Premio Nacional de Música -que ganó en 2007-, el Premio Nacional de Cultura de Cataluña –recogido en 2011- y, ahí es nada, el mayor reconocimiento que un “cantaor” puede obtener dentro del género: el Premio Lámpara Minera de La Unión (1993). Aún así, lo verdaderamente asombroso de este maestro del cante, amén de su palmarés, es que su entrega –en lugar de acomodarse y vivir “de rentas” del pasado- sigue siendo tan vital, desgarradora y visceral como el primer día.
El pasado sábado, sin ir más lejos, con motivo de la presentación del proyecto ilicitano Palmeral Flamenco, el barcelonés casi completó el aforo de La Rotonda del Parque Municipal de Elche, un recinto por el que han pasado grandes grupos o solistas y que, si bien no goza de una ubicación perfecta, se erigió como el mejor de los marcos posibles para arropar al artista y a todo su grupo, cuya “artesanía” a la hora de ejecutar los diferentes palos del flamenco que se fueron sucediendo era tan impresionante como la voz propio Miguel.
De San Lúcar a Triana, de la Calle Nueva de Jerez al Puerto de Santa María… Lo más representativo del mundo flamenco fue apareciendo, en su justa medida y con un ritmo que resultó tremendamente acertado, entre acorde y acorde, todo ello amenizado por las simpáticas palabras de un Poveda que, según parecía, se sentía cómodo con la acogida que los temas de su nuevo trabajo estaban teniendo –a destacar, las interpretaciones de la reivindicativa copla de La Ruiseñora, El Alfarero y Triana Puente y Aparte- entre un público que, aun disfrutando de estas canciones, agradeció enormemente la improvisación que el de Cataluña hizo con una Bulería por Triana o el detalle que demostró tener para con sus fans al regalarnos el precioso cante que él llamó “de los balcones”, acompañado de un fondo proyectado de luna llena y mar, compuesto por Isidro Muñoz y el gran Quiroga. Una delicia, vaya.
Emoción y aires sureños impregnaron el ambiente en una noche en la que, si ver al catalán no fuera ya suficiente, hubo tiempo para el baile, para el taconeo y para el disfrute de esa forma que tiene el maestro de la guitarra que le acompañó, “Bolita”, de dar paso entre tema y tema o, simplemente, de lucirse a golpe de cuerda.
Y así, a golpe de cuerda contra el dedo, de zapato contra el suelo o de voz contra el aire, el palmeral de la localidad alicantina se iba meciendo a ritmo de “seguirillas” y “alegrías”, hasta llegar al momento de la improvisación final, donde el autor de “Coplas del Querer” hizo un repaso de los cantes de dicho álbum, repaso que concluyó con su sentida y apasionada forma de desgarrar el alma en Tres Puñales.
Que el flamenco requiere de una técnica depurada es algo cierto, pero hacer que eso se olvide y todo parezca nacer de las mismas entrañas es sólo factible para unos pocos artistas. Entre ellos, y puede estar orgulloso de ello, nos encontramos con él, con Miguel Poveda.