Por Rubén J. Olivares.
En cada página de Mil grullas rezuma un canto a la naturaleza, al tiempo contenido y a la reflexión. Con maestría el autor nos introduce en la intrincada relación de amor-vergüenza, muerte-sexo, culpa-inocencia que los personajes mantienen entre sí. Historias de amor, de sumisión y de dependencia de unos personajes hacia otros que acaban traspasando las fronteras de la mortalidad, encadenándose entre las generaciones posteriores a aquellos que las iniciaron, para acabar tendiendo puentes entre los padres difuntos y los hijos.
Kikuji, el hilo conductor de esta historia, se cruzará a lo largo de la misma con las diferentes amantes y mujeres que formaron parte de la vida de su padre, viviendo a través de ellas los ecos de la vida de su padre, como vive los ecos de la vida de aquellos que compartieron, como él, los objetos ceremoniales que emplea en sus rituales del té. Atraído por la invitación de Chikako, la enigmática y manipuladora mujer, marcada por una mancha de nacimiento en su pecho, acude a la ceremonia del té que tanto conmovía a su padre. Allí contemplará la hermosa visión de una joven con un hermoso pañuelo cubierto con mil grullas, la joven Inamura, que le marcará por su belleza. No obstante, serán otras mujeres que marcaron la vida de su padre, la señora Ota amante del mismo y su hija Fumiko, conocedora de la relación entre el padre de Kikuji y su madre, quienes marcarán el destino de éste.
Cada mujer arrastrará a Kikuji y al lector a su regazo, convirtiéndose en las narradoras indirectas de esta historia. Chikako, la mujer marcada y abandonada prematuramente por el padre de Kikuji que jugará entre las sombras con el destino de cada personaje con la maestría de una experta en la ceremonia del té; Ota, la amante del padre de Kikuji que revive en su madurez el recuerdo de sus encuentros amorosos a través del cuerpo del joven Kikuji; Fumiko, la joven con una marca invisible que siente la vergüenza de la relación amorosa entre el padre de Kikuji y su madre y por último, la joven Inamura, la muchacha del pañuelo de las mil grullas que hilará toda la narrativa a través de la belleza de su inalcanzable y poética belleza.
A través de la milenaria ceremonia del té, Kawabata nos introduce en un mundo en el que el tiempo se detiene entre cada paso del proceso de elaboración del té, y en el que los objetos cobran vida y se convierten en vehículos para decir aquello que los personajes no se atreven a mostrar. Una conmovedora historia que se lee y disfruta entre intensos y pausados sorbos, como el buen té al que evoca a lo largo de sus páginas.