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Por Sandro Maciá.

¿Quién dijo frío? ¿Quién habló de pereza? ¿Quién tiene “mono” de mantita y peli? ¿Quién? ¿Eh? ¡¿Quién?! Sea quien sea, que lo diga ahora o que calle para siempre, porque, de ser así, ya me encargaré yo de rebatirle cada una de las razones que me de para intentar justificar su postura.

Y es que, este invierno, ni las más extrema de las perezas, ni el más gélido de los días, ni la más adictiva de las películas ha de impedirnos saltar del sofá, calzarnos las zapas de bailar y marcarnos un baile de esos que te dejan nuevos, de esos que te ayudan a desconectar de todo y a sumergirte en la música, en el clamor sonoro, en la marabunta de notas, en el enjambre de arpegios…

Al mal tiempo, ¡baile! Así hay que tomarse la vida, tal cual se la toman –a juzgar por su nuevo disco- los chicos de Ningoonies, grupo de cabecera de algún compañero de esto de la música narrada, que presentó hace un mes escaso su última creación: Videoclub (Waterslide Records, 2012), un enérgico puñado de canciones de power-pop y punk –quince, para ser exactos- que aceleran el pulso hasta el punto de tener que abandonar el sedentarismo de golpe, a lo bestia, con actitud y decisión.

Personalmente, acostumbrado al soft-pop –no sin mis típicas salidas de tono hacia estilos tan dispares como el flamenco o el rock-, pocos han sido las bandas que me hayan llevado a un estado de furor similar al vivido con este trío madrileño, trío que tiene la cualidad de recordar a formaciones como Juanita y Los Feos –en temas como Tenemos que hablar- y a Los Pantones –escuchad Psicoempatía y me decís- sin sudar, desde un estilo que les corre por las venas sin tener que recurrir a ser pretenciosamente repelentes.

De letras rápidas –como el humor y el sentido que reflejan- y ritmos ágiles, cada canción de los Ningoonies sorprende por su inmediatez, por su facilidad para entrar en la piel más rápido que cualquier aguja. ¿Serán estos tres amigos, cuyo origen se remonta –en palabras suyas- a “unas cosillas que vivían en el mar y que luego fueron creciendo hasta convertirse en Einstein o el Pato Donald”, la nueva droga del siglo?

Veremos. No sé si llegaremos a tener que desintoxicarnos, realmente; pero, mientras sea al son de lo que nos ofrecen en Videoclub o en cualquiera de sus anteriores trabajos, bendita sea la adicción.

 

 

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