Materias primas y mano de obra autóctona, eso siempre ha ofrecido la colonia. Productos útiles a bajo coste para el que invade una tierra que no es suya, los daños colaterales los sufre el colonizado. Con la excusa de obtener las riquezas de una tierra desconocida se imponen formas de hacer y vivir, se traspasa la barrera de lo razonable, pues aquellos que no pidieron ser salvados deben acatar la buena nueva para sobrevivir. La religión y la cultura son las primeras que se sustituyen, para poco a poco ser la economía la que se impone, mientras la carne negra mancillada se desangra. Como dice uno de los personajes “para mí la colonización es como la violación de una mujer. Y encima, si la mujer se resiste y se niega, el violador tiene la desfachatez de decir que la mujer no hablaba en serio, que en el fondo estaba disfrutando, y que él lo hacía por su bien”. Cuando la situación se va de las manos se abandona la inversión y se deja a esas gentes a la deriva. Dejándoles en muchos casos con problemas de identidad, porque tras el colonizador llegó el terror con una dictadura, los que pidieron ayuda a aquella madre patria fueron dejados a la deriva, pues ya no pertenecían a ella, como si fueran apátridas. Es fácil dejar las cosas en manos de otros, la cooperación es la tirita del mundo.
Kilian marchó a Fernando Poo en los años 50 como trabajador blanco de una plantación de cacao, su padre y su hermano ya lo hacían. Casa Rabaltué ponía a sus hombres al servicio de la patria en África para mantener a su familia en el Pirineo. Época difícil en aquella España en blanco y negro, oprimida por sus costumbres y creencias, con pocas oportunidades para salir adelante. El sacrificio por aquel sueldo inimaginable cerca de casa cambió su forma de ver la vida. Su padre tuvo razón al decirle: “no sé ni cómo ni cuándo […] pero llegará un día en que esta pequeña isla se apoderará de ti y desearás no abandonarla”. Aquella isla se le metió hasta las entrañas. El calor, la humedad, las lluvias, la enfermedad, el duro trabajo… no sería fácil; pero marcharía con sufrimiento de aquellas tierras. Dejaba atrás un secreto que arrastraría con el dolor de su alma toda una vida. Las circunstancias se imponían ante él no dejándole decidir su destino, nada es como uno lo imagina, sufrir y hacer sufrir es parte de esta vana existencia.
La curiosidad de la tercera generación será la que quite el polvo al pasado para recuperar aquello que mora entre las sombras y hacer que la luz y la paz entre en Casa Rabaltué.
Luz Gabás aprovecha el pasado familiar para transportarnos a Guinea. Recordando el pasado colonial y una historia de piel, fuego y alma que pudo ser parte de aquella tierra. Palmeras en la nieve es una de aquellas historias, pues la carne cálida negra siempre fue fruto de la pasión de aquellos hombres, distinto era si era tan sólo un instante o eran marcados para arrastrar el dolor real de la pérdida de aquella mujer que no habrían de recuperar tras volver al hogar.