Por Vanessa Díez.
En su tumba un poema de Pablo Neruda, la recuerda: Tina Modotti, hermana, no duermes, no, no duermes; tal vez tu corazón oye crecer la rosa de ayer, la última rosa de ayer, la nueva rosa… Tina Modotti fue una mujer que vivió una vida intensa, profunda y comprometida con la época que le tocó vivir. A lo largo de su complicada exitencia tuvo tiempo para hacer fotografías. Aunque nunca presumió de artista: Soy una fotógrafa y nada más, escribió. La fotografía llegó a ella ya en 1921, cuando se convirtió en modelo del fotógrafo norteamericano Edward Weston. La imagen que acompaña este artículo de 1924 es una de aquellas imágenes en las que Weston plasmó su joven desnudez. Sin artificios, de forma natural, sin ocultar nada, sin tapujos, con la mirada limpia. Aquello llegaría a su obra, pero con su propia marca claro está.
Actriz de cine mudo, modelo para fotógrafos y pintores (sería modelo de Diego Rivera), fotógrafa, con vida política activa, una mujer de carácter mezclada en un mundo de hombres como una más. Siempre fumando, siempre con su chaqueta negra, su falda negra, unos zapatos de trabita de tacón bajo, una blusa blanca y el pelo recogido en un moño, esta era la indumentaria que Tina llevó casi toda su vida; no podía pasar por su cabeza tener o ser más que nadie. Fue humilde su infancia en Udine (1896), al norte de Italia, cerca de Trieste, escenario de inspiración de grandes escritores como James Joyce o Rainer María Rilke.
La lucha contra las desigualdades sociales siempre fue el pulmón de su vida. Llega a México muy joven, haciéndose miembro del Partido Comunista Méxicano (1927). Es acusada de formar parte del complot para el asesinato del presidente por lo que se exilia y viaja a la Unión Soviética. En 1934 llega a España y participa en la guerra civil en las Brigadas Internacionales. Al acabar la guerra vuelve a México, donde recibe asilo, una vez anulada su orden de expulsión (1939). Sigue su actividad política siendo miembro de la Alianza Antifascista Giuseppe Garibaldi.
Su fotografía muestra las cosas sencillas del día a día, la gente corriente que deja su sudor en su fuerza de trabajo para alimentar a sus hijos, las madres con los niños en el regazo sin apenas nada más. Su mirada se vuelca en los desarraigados, los que no tienen nada. Para ella no era importante si la fotografía era o no arte, tan sólo utilizaba una herramienta que le permitía reproducir aquello que quería conservar, mostrar al mundo aquellos rincones oscuros que nadie más quería ver. En 1942 muere en México de un ataque al corazón.