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Por Vanessa Díez Tarí.

He servido palomitas, dulces, cafés, helados, chocolate caliente, churros … y también escribo. He compuesto un poema sobre una barra, junto a los helados, o ante un millón de dulces. El lugar es lo de menos, cualquier motivo puede inspirar una nueva obra. El autor no es sólo su creación, es también su vida, la cual influye en lo que hace de forma arrolladora. Muchos de los autores de «Trabajos forzados, los otros oficios de los escritores» han ido cambiando de trabajo para poder escribir o han tenido que ir saltando de uno a otro por necesidad, pero todos han plasmado en sus obras las experiencias que han ido acumulando sobre aquellos oficios más físicos, en su mayoría, que la escritura, fuesen más o menos aventureros. Llegando en algunos casos a preferirlos antes que tener la obligación de cumplir unos plazos de entrega. Así Thomas Eliot cambió la docencia, más prestigiosa, por la banca para después pasar al mundo editorial, Faber & Faber sería la primera editorial de poesía de Inglaterra. Su decisión fue fácil, enseñar le exigía una dedicación completa que agotaba sus fuerzas, no dejándole crear tras la jornada. Parece que acertó, pues recibiría el Nobel en 1948. E incluso en su trabajo como banquero se inspirarían algunos de sus poemas. Jack London, que llegaría a ser el escritor mejor pagado de su tiempo, fue entre otras cosas: transportador de maletas, fogonero, cazador de focas, contrabandista de ostras… trabajos físicos que después no le dejarían teclear sin dolor ante la máquina de escribir. Antoine de Saint-Exupéry era aviador y nunca se consideraría escritor, aunque «El Principito» sea el libro más leído después de la Biblia. Kafka sería agente de seguros, sintiéndose culpable por no dedicarse de lleno a la literatura, tan sólo creando al terminar su horario laboral, eso sí de forma convulsa. Cendrars sería un adolescente conflictivo y un hombre aventurero que acumularía trabajos, haciéndose famoso por las historias de sus viajes, e incluso su trabajo como joyero inspiraría poemas. Bukowski fue cartero durante catorce años, pero cuando le dieron un sueldo por escribir, se quedó paralizado por el terror toda una semana. El miedo a la página en blanco ha perseguido hasta a los grandes e incluso ahora puede preocupar a un autor tras perseguirlo con fuerza.

Los trabajos alimenticios forman parte de la vida, disfrutarán de las anécdotas, si conocen su obra a través de su vida les podrán llegar a comprender mejor. Sólo echo en falta más mujeres escritoras en este recorrido, tan sólo tenemos el caso de Colette ante veintitrés caballeros. Fue una emprendedora que aprovechó su fama para embarcarse en otros negocios, vendió productos en sus propios salones de belleza. Aquello fracasaría, pero el haberse acercado a la gente le ayudaría en su obra. Es una lástima que no haya más mujeres, siendo como es en este caso una mano femenina la autora de la obra. La propia Daria Galateria no se dedica exclusivamente a la creación literaria, sino que como Eliot es docente. Aún hoy en día los escritores antes de ser reconocidos sufren un sinfín de trabajos alimenticios. Lucía Etxebarría fue camarera y trabajó en comunicación, y ahora deja de publicar durante unos años (lo confirmó a través de su muro de facebook). Espido Freire tuvo una experiencia como au pair en Inglaterra y ahora da cursos, que no se podía vivir sólo de la literatura me lo dijo ella. Las cartas de Carmen Balcells, que ya no nos deja disfrutar y que están encerradas, con autores como García Márquez, Cela, Neruda, Delibes o Matute serían otros ejemplos de trabajos alimenticios, en este caso de autores en español, pues Galateria no utiliza ninguno. Habrá que esperar.

Publicado en el PERSEGUIDOR del Diario de Avisos de Canarias el miércoles 11 de enero de 2012.

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