Por Sandro Maciá.
Sandia con tomate, zumo de pera con vinagre, café granizado con sal… Por mucho calor que haga y por muy insoportable que se empiecen a hacer determinadas horas del día, creo que ni por asomo se me ocurriríá intentar refrescarme el gaznate -como solían decir los fornidos cowboys del antiguo Oeste- con cualquiera de estas combinaciones. Me da igual que las recomiende Ferrán Adriá, que me las sirva Arzak o que me las deconstruya el mismísimo Arguiñano. Yo, como buen Cáncer que soy, me resisto a innovar en según qué campos y, evidentemente, el gastronómico es uno de ellos.
Es verdad que, con esta moda de encrudecer lo elaborado o elaborar lo que antes se tomaba crudo, hay gente que ha encontrado en el buen comer un nuevo hobby, una forma distinta de entretenerse y dejarse el sueldo plato a plato. No obstante, en mi caso -por suerte, por desgracia o por cabezonería-, la falta de valentía para degustar tan dispares manjares no se debe al precio o a la falta de tiempo libre, sino a que yo -por muy trascendental que suene-, en la medida de lo posible, intento mantenerme fiel a uno de mis principios más arraigados: lo que no puede ser, no puede ser -y ahora acabarían Los Planetas apuntando: “…y además es imposible”-.
¿Una postura excesivamente dicotómica? Bueno, vale. Pero gracias a este dogma personal se me antojan imposibles combinaciones como, por ejemplo, pasear y no escuchar música. Y, creedme, hoy por hoy no se me ocurre nada mejor que una buena caminata al ritmo de Copo, una banda que tiene su tercer Ep (Vals Sobre un Escarabajo, autoeditado por ellos) aún en fase de edición pero que, con su single de presentación, ya ha demostrado que su consolidación -a nivel de calidad y de reconocimiento por parte de crítica y público- es un hecho.
Con sólo un lustro de vida (y con otros dos Eps a sus espaldas), estos valencianos -con los que uno empieza andando y, cuando se da cuenta, está corriendo y subiendo poco a poco el volumen del iPod- adelantan con Todos Los Santos -que así se llama el single antes mencionado- un resumen perfecto de lo que nos espera en el resto del disco: vitalidad y más vitalidad a ritmo de un pop frenético rodeado de riffs que se retuercen entre una percusión potente y una voz que, aunque suena bien sola, se acopla suavemente a unos coros que le suman consistencia en los estribillos, como ocurre en canciones como La Gran Novedad Mundial, o la dota de un tono más poético -apreciese el uso reiterativo de alguna frase en El Rey-.
¡Eh! Y que no me entere yo de que con esto de presentar un disco breve de ritmo acelerado alguien crea que estamos ante un nuevo grupo de power pop chicloso. No, de pop masticable nada, y he ahí la peculiaridad de esta banda levantina: pese a su enérgico estilo y la aparente ligereza de sus ruidosas melodías, sus versos son certeros y directos, son tan afilados como las cuerdas de cualquier guitarra, son una muestra de sentido común que a veces se expresa a modo de rima clásica y que otras tiende a desarmarnos con el uso de la prosa cuando uno menos se lo espera -más que recomendable prestar atención a Todos Los Santos cuando dicen que “Puedo tener piedad / y no lanzarte por los aires / si te quedas a mi lado / sólo a mi lado”.