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Por Sandro Maciá

No se vende. No puede comprarse. En eBay no la encontrarás subastada y no la verás en ningún escaparate de tu barrio. Ella es mucho más exquisita que cualquier producto, ella es algo que muchos ansían y pocos consiguen. Ella es tan abstracta como efímera: así es la popularidad.

Esta palabra, definida por la Real Academia de la Lengua Española como “la aceptación y el aplauso que alguien tiene del pueblo”, puede no ser la más bonita del diccionario, ni la más larga, ni la más poética… Bien, de acuerdo, pero tiene algo que otros vocablos no poseen: la popularidad, a nivel musical, puede llenar estadios, discotecas y salas de conciertos, haciendo gala de una eficacia que ni el propio Bassat alcanzaría con la mejor de sus campañas de publicidad.

Y, si no, que se lo pregunten a Edgar Candel y Jay Cumhur, The Zombie Kids, dos dj’s que tienen hecho un Máster en esto de ser “pop” -parafraseando al gran Andy Warhol y haciendo referencia a su maestría para condensar todo esto que yo estoy escribiendo en dos pes y una o-, tal y como demostraron el pasado sábado en Alicante cuando, pese a competir con la fiesta más importante del año en la provincia (Les Fogueres de Sant Joan), lograron llenar el recinto del paradisíaco “summer club” Isla Puerto, emplazamiento que acoge cada semana las Rockers Summer Nights -evolución estival de las fiestas que llegaron a la capital alicantina este invierno bajo el nombre de Rockers Nights y que, a base de traer a lo más granado del indie, la electrónica y el rock de nuestro país, se han consolidado como una alternativa de ocio en la ciudad-.

Esta pareja de modernos “indietrónicos” (su estilo se basa en mezclar éxitos pop y rock con bases electrónicas) refrescó con su música el caldeado ambiente alicantino que se respiraba -si alguien podía respirar entre tanta gente- y nos fue llevando, poco a poco y gracias a temas como su laureado Face, hasta el comienzo de un nuevo día, hasta un amanecer junto al mar que aportó una iluminación casi mística, con sus tonos dorados sobre las cabezas de los trasnochadores que aguantamos allí hasta el final, a un concierto que, estoy seguro, ayudó a los Zombie a reconciliarse con su público.

¿A reconciliarse? Sí, a reconciliarse, a volver al camino del que se alejaron en actuaciones como la del SOS 4.8, donde los reyes del clubbing nocturno y padres de las míticas fiestas Zombie jugaron a despistar con una actitud soberbia y vulgar (a partes iguales) que, por si fuera poco, acabó con la presentación de un extraño -por ser respetuoso- cántico que ellos llamaron “nuevo single” y que decía algo así como “Spanish House Mafia”.

Delirios -o patinzaos- artísticos a un lado, esta vez los Zombie Kids fueron tan increíbles como esperábamos. Fueron la justificación perfecta de la popularidad ganada con esfuerzo, el ejemplo intachable de un estilo que les define como un dúo que, cuando quiere, sabe qué tiene que hacer.

 

 

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