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Evolución mainstreamer de Second

Por Sandro Maciá

Que aquello de lo que nos consideramos únicos conocedores –véase una canción, un libro, una película- acabe convirtiéndose en la obra de moda, a veces, jode. Claramente y sin tapujos. Fastidia, y mucho. Y no es que yo me queje de que alcancen el (merecido) éxito aquellos proyectos emergentes sobre los que me gusta fantasear con la ilusión de que soy de los pocos privilegiados que gozan de su disfrute, sino que, admitámoslo,  parece que el atractivo de lo que admiramos disminuye en la medida en que dejamos de sentirlo como propio y exclusivo. Nos gusta sentirnos únicos y creer que nuestra originalidad es extrema, casi inimitable.

Pero, esnobismos a un lado, si algo temo de esta transición desde lo bohemio al mainstream que experimentan algunos de mis grupos fetiche, es que dicho cambio, mayoritariamente, en vez de suponer una evolución artística, termina en una pérdida del estilo y la esencia, en una caída libre hacia el vulgarismo de la que pocos saben salir airosos.

Pocos, sí, pero haberlos, los hay. Tal es el caso de Second, banda murciana que demuestra con Montaña Rusa (Warner, 2013), su sexto disco, que valores como la intensidad y el visceral entendimiento del ritmo no siempre se pierden al conseguir una popularidad cada vez mayor. Al revés: en su caso, el éxito masivo que están cosechando desde hace años, no ha sido un impedimento para continuar arriesgando en su afán por evitar perpetuar un único estilo, ni les ha coartado en la elaboración de los once cortes –menos comedidos, técnicamente, que los de trabajos anteriores- que componen un Cd de acertadísimo título.

Subimos, mucho. Bajamos, menos. Si de algo puede presumir Montaña Rusa es de naturalidad, fuerza y consistencia rítmica y vocal. Mucho ha llovido desde los inicios de Second a finales de los 90 y, desde luego, ahora estos chicos saben qué se hacen y cómo, lo que les ha permitido dar forma a su actual sonido directo y a una espontánea musicalidad que, como podemos escuchar en 2502 o Lobotomizados, no supone una renuncia a las señas de la formación sino que, más bien, denota una evolución hacia un horizonte claro, hacia un “desorden controlado” que se traduce en impactantes estribillos y en preciosas combinaciones de giros pop-rock con sintes menos tradicionales.

Sin quitar mérito a los de Murcia,  no creo que nos equivoquemos al aventurarnos a sospechar que el artífice del reciente gusto por soltarse la melena haya sido Sebastian Krys (Los Ángeles), el responsable de la producción del disco e impulsor de este chute de adrenalina, de este viaje entre loops y curvas cerradas que nos lleva a un único destino: el de seguir disfrutando de las canciones de Second, unos Second que se despreocupan por la perfección –sólo así se llega a ésta- y disfrutan de la  ausencia de miedo a generar emociones fuertes que animen a romper pistas de baile.

Como peces en el agua, en este océano mainstream.