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janiceharringhton_gJanice Harrington arranca el festival de Jazz de Elche

Por Sandro Maciá

Variopinto. Asi es el uso y disfrute que se le da algunos espacios que, ni en su mejor época, habrían sido concebidos para según cosas. Tal es el caso de las iglesias que se han terminado convirtiendo en museos o restaurantes, los bunkers alemanes que son ahora discotecas de lo más concurridas, los viejos caserones que se transforman en elegantas salas de fiestas y teterías de selectas delicatesen o, como ocurre en ciudades como Elche cada año, los patios de armas de algún que otro castillo que, restaurado –con no poco mimo, al menos en dicha ciudad-, albergan conciertos o festivales.

Concretamente, en la localidad ilicitana, el lugar que mejor se adapta y ejempilifca de manaera clara esta “new age” sociocultural y artísitca de este tipo de edificios clásicos es el Castillo de Altamira, un palacio almohade del siglo XIII situado en pleno centro histórico que, el pasado viernes, fue sede de la inauguración del III Elx Jazz Festival.

Con sus más de setecientos años de historia, las vetustas paredes del patio central –“de armas”- siriveron de marco para el desarrollo de una velada en la que lo barroco del lugar se fusionó a la perfección con la modernidad y el desparpajo de la artista encargada de abrir, en esta ocasión, el citado ciclo de conciertos: Janice Harrington.

Mrs. Harrington, con su característica voz y acompañada de una banda que llevó a cabo una interpretación magistral de cada tema, recreó, a golpe de garganta y simpatía, la esencia del jazz y el blues que la vio crecer en su Cleveland natal, haciendo de cada instante un momento único para el deleite de quien supiera apreciar los matices que desprendía cada nota que salía de sus cuerdas vocales.

Raíces góspel, giros graves, cambios de tono… Todo un lujo, todo una oda a la versatilidad vocal. Eso fue lo que la intérprete ofreció a lo largo de dos horas que, si bien resultaron cortas, lograron poner de manifiesto que aquella norteamericana que inició su carrera en los años 60, aún hoy, sigue teniendo las ganas y energía suficientes como para continuar paseando y contoneando sus primaverales y floreados atuendos al ritmo de los clásicos de Mahalia Jackson y Dinah Washington –influencias palpables en el repertorio que Janice ofreció- y al compás de una actitud que irradió positivismo y dulzura, factores clave que explican la empatía que, desde que Harrington salió al escenario, se generó con el público (actuación de algún miembro de esta Redacción incluída).

Con ella, la sensualidad del jazz y el romanticismo del blues no fueron meros tópicos. Al contrario, tal era la naturalidad con la que ambos adjetivos impregnaron el ambiente que, de hecho, no sorprendió el descaro de la artista cuando hizo extensiva la irónica letra de una canción a su historia con su ex marido.