Alberto Montero regala Puerto Príncipe
Por Sandro Maciá.
¡Hay que ver lo que aprende uno de las buenas conversaciones! Lo que puede llegar a surgir de esos encuentros en los que sólo un café –o copa, o batido, o té, o lo que cada uno quiera y pueda beber- separa la divinidad de las palabras de la cotidianidad del día a día es, sinceramente, de lo poco que nos llevaremos cuando dejemos este mundo.
Por eso, pese a ser de los que antes creían que todo momento no dedicado a hacer o deshacer era tiempo perdido, ahora defiendo a ultranza el valor de exprimir los encuentros con la gente, de aprovechar cada una de las palabras escuchadas y de no menospreciar las horas dedicadas a contar y que me cuenten.
Y así, de mi atracción por lo contado y lo que queda por contar es de donde nace mi cruce de caminos con Alberto Montero, un cantante español que, tras dejar un ya buen sabor de boca con su paso por la canción en lengua inglesa durante su etapa al frente del grupo Shake como figura de primera línea en la discográfica Greyhead, lleva desde principios de la década de los 2000 apostando por el castellano.
Desde entonces, con la lengua materna por bandera, Alberto Montero ha hecho de la rítmica multiétnica su seña de identidad, su manera de recrear pasajes melódicos como los que ahora presenta en su nuevo disco, Puerto Príncipe (BCore, 2013), que ofrece en descarga libre hasta el 15 de este mes y que, posteriormente, a partir del día 4, será editado en formato Cd y vinilo, reduciéndose las copias de este último soporte a 300 unidades limitadas.
Puerto Príncipe, desde el tema inicial –e instrumental- que le da nombre hasta Autoequilibrio –canción que cierra el tracklist- está repleto de rincones sorprendentes, de pasajes melódicos que rezuman pasión a raudales, de sensaciones tan nostálgicas como agradables –sirva como ejemplo Noche de verano- y de arpegios serenos, como los que dan forma a Para nada.
De lo expresado en el álbum, también podemos deducir que Alberto Montero no se cierra a la recurrencia de la niñez –véase su Rey Monkiki-, así como invita al relax de la Canción del sol del mediodía y nos sumerge en la soledad de Dentro del mar para, después, poder nadar entra los acordes de El Indeciso, entre sus filias y fobias, hasta llegar al final de la historia, que corre a cargo del ya citado Autoequilibrio -¿vital, tal vez?-.
Si de palabras hablamos, este es un ejemplo de cómo arroparlas a ritmo de pop-folk melódico.