Nuevo disco de Rusos Blancos
Por Eduardo Boix.
Corta y pega. Arreglo por allí, cambio por allá. Un par de reediciones con nuevos coros y un remix –que siempre ayuda a salir del paso-. Una colaboración estelar… Y así hasta un sinfín de métodos son los que podríamos nombrar para referirnos a lo que muchos artistas llaman “reinvención”.
Como solución, no hay que olvidar que esto –llámese también “salto al estilo que esté de moda en un momento determinado”- ha sido, muchas veces, la opción más socorrida para el reflote de cantantes, para la resurrección de bandas y para el renacimiento de “viejas glorias”. Pero, dejando a un lado los contados casos en los que el cambio ha salido bien y no ha terminado en la chapucera transformación de un crooner en rapero –por ser bestias, ya que nos ponemos-, yo siempre me pondré del lado de los que luchan por triunfar con personalidad, con su arte propio.
Un ejemplo de fidelidad a los principios e ideales, al menos en lo que a banda se refiere, es la formación madrileña Rusos Blancos. Ellos, excusa perfecta para reafirmar el motivo de mi admiración por los que siguen (sin miedo) un rumbo marcado, han publicado estos días Tiempo de Nísperos (Ernie Records, 2013), trabajo que demuestra que se puede seguir apostando por un estilo personal (sin temer al abandono) y que la autenticidad aún tiene cabida en nuestro panorama musical.
De hecho, hablando de ejemplificar, nada mejor que recurrir a las palabras que Julio de la Rosa dedica en la presentación de este disco, el segundo –Ep aparte- de los Rusos Blancos, pues éstas constituyen la forma más fiable de saber que la banda de Manuel Rodríguez (Voz), Iván Jávega (Guitarras), Laura Prieto (Bajos, coros), Elisa Pérez (Batería, percusión, coros), Javier Carrasco (Guitarras, sintes, pianos, coros), Javier Monserrat (Guitarras, percusión, coros) y Pablo Magariños (Percusión) sigue teniendo “esa ironía al tratar una ruptura sentimental como medio para llegar a entender todas las rupturas” y que, nuevamente, recurre a “la música disco de los 70 y los arreglos que recuerdan a John Lennon e, incluso, a Kiko Veneno”.
Dudo que el amor nos salve, Marina, Orfidal y Caballero… cualquiera de los cortes de Tiempo de Nísperos lleva el inconfundible sello de aquellos que nos conquistaron con sus historias de hombres incapaces de afrontar según qué relaciones, con símiles tan reales como costumbristas, y con un amor tan artesanal a la hora de entender su oficio que hace que, no contentos con regalarnos diez nuevas canciones de corte tragicómico –mis disculpas de antemano por tan brutal simplificación-, nos las empaquetan en una “cd case” de las que ya se empiezan a echar de menos, con libreto –y nísperos, ¡cómo no!- incluído.
Sin destripar, pero sin dejar a medio gas este estreno, no puedo más que robarle al gran De La Rosa una frase tan sentenciosa como cierta, una frase que afirma que este segundo disco “da un paso de gigante y debería posicionar a Rusos Blancos en la primera línea del pop nacional, si no estaban ya”. Ea.