Se apaga el cerebro de Rita Levi-Montalcini.
por Vanessa Díez
No temía a la muerte. «Es lo natural, llegará un día pero no matará lo que hice. Sólo acabará con mi cuerpo». La inspiraron las mujeres que cambiaron la sociedad y la ciencia a través de la historia. Según ella sus méritos fueron la “perseverancia y el optimismo”. No concebía la jubilación, ya que el cuerpo se arruga pero no el cerebro. Y la inacción, el desencanto, la desmotivación, “arrugan” el cerebro. Acaba de dejarnos a los 103 años una gran mujer. Rita Levi-Montalcini, premio Nobel de Medicina, neurocientífica, italiana asentada durante años en Estados Unidos, donde realizó buena parte de su labor investigadora, aunque acabó regresando a sus raíces. Fue una mujer comprometida, valiente, feminista, a favor de la igualdad de género y soltera por convencimiento «Decidí no casarme cuando era adolescente. Nunca habría obedecido a un hombre, como mi madre a mi padre», pues en su juventud el matrimonio significaba sometimiento de la mujer al hombre, abandonar los sueños para ser madre y esposa, ella quería investigar.
«Durante siglos las mujeres estuvieron excluidas. En el pasado, las que destacaban por su sabiduría se consideraban brujas y se enviaban a la hoguera, e incluso cuando se abolió esta persecución, tan feroz como absurda, los filósofos y científicos, incluidos los conocidos como ilustrados, siguieron alimentando el mito de la absoluta superioridad intelectual del hombre». Así introducía su libro Las pioneras (Las mujeres que cambiaron la sociedad y la ciencia desde la Antigüedad hasta nuestros días), así la conocí. Setenta mujeres que tuvieron que luchar para desarrollar su conocimiento dejando sus descubrimientos bajo nombre masculino. La ciencia descubierta por mujeres tiene pasado, presente y futuro. Siempre pensó que la mujer estaba destruida porque el hombre imponía su poder por la fuerza física y no por la mental. Por ello ayudaba al desarrollo de la mujer en África. En 1999 fue nombrada Embajadora de Buena Voluntad de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).
Si Rita hubiera hecho caso a su padre hubiera sido madre y esposa, nada más, pero no lo hizo, así trabajó en una panadería para costearse sus estudios, aunque tenía alergia a la levadura. Se licenció en Medicina con la máxima calificación en 1936. De forma inesperada los cambios convulsos que se sucedían en Italia con Mussolini cambiaron su destino, de familia judío sefardita vio truncada su carrera en su país con el Manifesto per la Difesa della Razza que le prohibía trabajar. No desistió en su empeño, por ello durante la Segunda Guerra Mundial tuvo un laboratorio en casa.
En 1946 la invitación de la Universidad Washington en San Luis le mostraría la luz al final de aquel túnel oscuro que su país representaba en aquella era fascista. Trabajó bajo la supervisión del profesor Viktor Hamburger. Allí realizó su trabajo de mayor importancia, sobre el factor de crecimiento nervioso, por el que recibió el premio Nobel de Medicina compartido con Stanley Cohen. Profesora a partir de 1958 y en 1962 creó una unidad de investigación en Roma, viviendo entre Roma y Saint Louis. Dirigiría el Centro de Investigación Neurobiológica de Roma y el laboratorio de biología celular.
Tras superar la barrera de los cien oía y veía poco, pero su inquietud no era menor: investigaba, daba conferencias, ayudaba a los menos favorecidos, conversaba y recordaba con lucidez. Además de comer una sola vez al día y dormir tres horas. Repetía que no quería seguir viviendo cuando su cerebro dejara de funcionar, lo había dejado dicho en su testamento biológico. En sus memorias, Elogio de la imperfección, analizaba los años pasados, toda una vida dedicada a la investigación.
Lo importante para ella era vivir con serenidad, y pensar siempre con el hemisferio izquierdo, no con el derecho. Porque ése lleva a la Shoah, a la tragedia y a la miseria. Y puede suponer la extinción de la especie humana. Era la parte del cerebro que los totalitarismos habían utilizado para intentar justificar sus atrocidades. Su descubrimiento es vital en las investigaciones de enfermedades como el Parkinson o el Alzheimer.