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Suîte MoMo, al rescate de su decálogo

Por Sandro Maciá.

Vivimos en el mundo del plástico y los remaches. Ya nada se hace como antes, nada. Ni la ropa -que antes duraba más de una temporada-, ni los coches –que podían recorrer cada verano caminos tan largos como la ruta Madrid – Alicante y, aun así, durar más de diez años sin fatiga alguna-, ni los elctrodomésticos –cuyas reparaciones suponen un coste mayor que el recambio del aparato entero-, etc.

Adiós a la duración, al largo plazo y a la permanencia. Ninguno de ellos tiene cabida en estos tiempos de vértigo. Hemos acabado hasta con el tiempo y, sin saberlo, lejos de ser más autónomos, somos esclavos de todo cuanto tenemos.
Así de tontos somos.

Quizás por eso, por lo simples que podemos llegar a ser, es por lo que igual que me indigno viendo según qué cosas, me alegro descubriendo otras. Este es el caso de mi atracción por Suîte MoMo, un hallazgo que, si bien no es reciente, me atrae periódicamente, cual planeta y su satélite.

Cargado de composiciones que cabalgan entre lo -formalmente- experimental y lo -profundamente- meditado, su Decálogo de poemas desesperados y una canción de amor (2011) supone para mí, más que un disco –el segundo en su carrera, por cierto, precedido por el multipremiado Mientras daba vueltas de campana-, un lugar al que volver de vez en cuando, un espacio propio que se recrea a partir de sonidos noventeros y de la mezcla de cortes viscerales y potentes con temas más emocionales y controlados.

Con una clara influencia de los grandes del género, como son –según ellos mismos han expresado en alguna ocasión y en función de lo que se desprende de su música- los casi patrimoniales Los Planetas, las canciones de esta banda catalana juegan al despiste, a la ruptura con la cotidianidad que los granadinos planetarios pusieron tan de moda con sus eclécticos tracklist y que ahora ellos, los Suîte MoMo, ejercitan sin complejos son canciones como Matrix –torrente de energía- y Libélulas –ejemplo de sosiego-.

Producido y mezclado por Paco Loco, este decálogo de pequeños fragmentos de “noise” pop y de contundente pasión –a veces contenida, a veces expresada- es una compilación de paisajes por los que siempre da gusto pasear, por los que a uno no le importa perderse. Y es que, aunque, como en cualquier camino, unas partes agradarán más que otras, esto no está reñido con volver, tantas veces como se quiera, a desandar el tramo recorrido.

Disfrutemos, pues, de este paseo.

 

 

 

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