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Un homenaje a Casa de muñecas de Ibsen

Por Vanessa Díez

Una casa siniestra pero bella. Una casa de muñecas de las de antes, llena de secretos de otras vidas, historias ocultas tras las cortinas, olvidadas por su crueldad. Juegos de la infancia. La muñeca, la eterna compañera, aquella que siempre te será fiel o al menos así lo crees. La duda puede instalarse como una inquilina incómoda entre los pliegues de sus vestidos de niñas destinadas a no crecer. Encontrar a una traidora puede ser un ritual hacia un castigo inevitable al no haber perdón posible, la muerte es la única salida.

Este juguete siempre ha dado vueltas en el imaginario de las niñas, pues quien no ha tenido una muñeca o varias para dar vida a miles de historias y este ha sido el complemento en su formato de antes o en el de casa de la playa. En televisión más de una vez ha sido un coleccionable en el que iban dando por entregas una bañera, una silla, un candelabro o una alfombra. En el mundo de la mujer existen muchos esquemas de cartón, fui cada vez más consciente de ello al descubrir en Salamanca la historia de la primera muñeca, en el Museo Art Nouveau y Art Déco Casa Lis existe una tétrica sala dedicada a muñecas abandonadas, fueron el consuelo de mujeres que no podían traer hijos a este mundo. Más tarde fueron muñecas destinadas a enseñar a las niñas su futuro rol de madre, aunque en muchos casos fueran compañeras de una tierna edad en aquellos años de irremediable mortandad infantil.

Casa de muñecas, titulada como la obra de teatro de Ibsen que critica las imposiciones a las que el matrimonio sometía a la mujer en el siglo XIX y muchos críticos consideran la primera obra teatral feminista. Así Casa de muñecas es página tras página un eco de historias sobre la traición, los secretos, el miedo, la ira, la envidia, la venganza y la muerte, ya sean en la infancia o en la edad adulta, los ingredientes se repiten como una broma macabra, un verdadero homenaje. Como afirma Patricia en una entrevista «asomarse al interior femenino puede ser letal», así en Casa de Muñecas se juega con el universo femenino, lo bello y lo siniestro que representa. El tipo de libro que puedes llevar en el bolso para descubrir entre las paradas de metro o al que dejas un hueco en la maleta para tomarlo sobre la toalla en la playa en estas vacaciones para desconectar o incluso para una tarde de primavera en medio del campo mientras la yegua te lame el brazo y el sol tuesta tu cálida piel. Además sus imágenes magenta sobre negro que nos regala Sara Morante completan los personajes y ayudan a terminar de tejer ese aire inquietante que transmiten, ya sea por sus rasgos, por los tejidos de sus vestidos o por los ganchos clavados en sus cuerpos de plástico resquebrajados, su obra es la casa, el continente adecuado para tal contenido.