La historia de una niña superviviente del campo de concentración
Por Rubén J. Olivares
De los testimonios de aquellos que padecieron la sinrazón y la atrocidad de la misma por parte del aparato nacionalsocialista, quizás sea la figura de Anna Frank y su “Diario” quién más ha contribuido a denunciar desde la perspectiva humanística los horrores de la II Guerra Mundial. Su obra se ha traducido a cientos de lenguas y ha servido para educar a miles de niños y niñas como ella – y a adultos – sobre las consecuencias en las que puede derivar la resolución de conflictos, cuando se abandonan los cauces de la razón y el diálogo. Pero a diferencia de Anna Frank, el testimonio de Janina aporta la visión de una niña superviviente del campo de concentración en el que estuvo internada, algo que la primera no pudo hacer.
Gracias a Hermida Editores se nos brinda la oportunidad de acercarnos a este pequeño libro, aunque grande en su humanidad. Recorrer las inocentes palabras de la pequeña Janina hace que se nos encoja el alma tras cada página que leemos y se nos remueva la conciencia preguntándonos de nuevo ese largo y sentido “por qué”. Por qué seres humanos aplicaron ese horror a otros seres humanos, por qué se permitió, por qué algunas personas lo justificaron, por qué se vio como una “solución final”; tantos “porqués” que aún hoy en día nos cuesta comprender.
La lectura de este libro estremece el alma. Duelen los recuerdos de esta niña, que nos remueve las entrañas, nos inunda de rabia y tristeza y nos hace pensar si nosotros en su lugar habríamos tenido el valor de Janina para seguir adelante dentro del horror descrito. Duele saber que, como a Janina, a cientos de niños y niñas se les privó de su infancia, su inocencia, su familia y se les obligó a vivir uno de los mayores horrores que la humanidad pudo crear.
Escrito con notoria sinceridad infantil, no por ello su lectura resulta sencilla. La simplicidad, la sencillez, la claridad, la incapacidad de adornar o maquillar recuerdos, horrores de los que fue testigo Janina, nos obliga a hacer el esfuerzo de digerir y asimilar lo que Janina nos muestra. Es precisamente el estilo infantil de lo narrado lo que dota a la obra de una viveza, humanidad y sentimiento especial que nos inunda y nos atrapa. Como fotogramas de una película, los recuerdos de Janina nos narran una historia real, que jamás debió haber sido contada, pues jamás debió ser vivida. Rabia, dolor, tristeza e incomprensión es lo que experimentaremos cuando finalicemos este libro que nos enseña que debemos de aprender del pasado para corregir el futuro. Estas memorias son un testimonio histórico único en varios sentidos, al que todos deberíamos acercarnos.