A veces me dejo querer. Hoy no
Por Déborah Antón
El verso que utilizo para subtitular esta reseña pertenece a la plaquette Presagios, de José Miguel Urbano. Es anterior a El sonambulista (libro que nos ocupa hoy realmente), pero tiene plena vigencia en la poesía de José Miguel, y quizás en la poesía en general. Podríamos probar a imaginar si en los libros de poesía los poetas se dejan querer o no; sería una manera muy hermosa de clasificarlos, de colocarlos en las estanterías, de hacerlos llegar a sus definitivos amos. Sería como tomar el té con ellos en el cuarto de los juguetes.
El poeta no es dócil, pero tampoco es indolente. El poeta se redime, se reinventa, se obsesiona sin remedio. Ha existido en todos los lugares: el único límite es la imaginación. El sonambulista no puede olvidar los tejados pajizos de Gauguin. Ha guardado en su retina la nieve del Volga, el perro descansando en la escarcha, el pegamento que gotea sobre la buhardilla. Inexorablemente traza la eterna huida, con la barba como único aparejo.
En El sonambulista (ediciones Celesta) encontraremos poesía expresionista indeleble y bien condimentada; henchida de música, de vida y visiones. Poesía rebelde, independiente, translúcida. Un viaje exterior y también un viaje interior, muy íntimo: un disparo de café, catalejos a medida, los dedos abrasados de restregar camisas con perfume.
A veces se deja querer: hoy no. No sabemos si nosotros nos dejaremos querer: a veces la nuca es inmune a la caricia. No sabemos si el amor es destrucción, letanía o gatos apareándose. No sabemos si tendremos que ser inquilinos de nuestra propia vida, o si seremos más bien como la autopista que bordea la falla. Sí sabemos lo que tenemos delante: un invierno que sólo vendrá una vez más en la vida.