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Multitudinario SOS 4.8: se abre la veda

Por Sandro Maciá

Dicen que Jesucristo resucitó a los tres días, dejando atrás el mundo de los muertos para proceder a ser beneficiario de una salvación divina que le otorgaría la gloria eterna. Bien, pues algo así, pero con menos parafernalia y cambiando el mundo de los muertos por un coctel de ibuprofeno y agua, o sustituyendo la gloria eterna por el simple hecho de haber recuperado las horas de sueño trasnochadas, es lo que he experimentado yo ahora que, por fin, he podido volver a ser persona después de un intenso fin de semana en la séptima edición del evento que se erige como la apertura de la veda de los festivales de verano: el SOS 4.8, celebrado en Murcia los días 2 y 3 de mayo.

Y es que, por todos es sabido que perderse tal cita –de la que soy asiduo desde los imberbes inicios, tanto suyos como míos- sería poco menos que un motivo suficiente como para obligar a afeitarse con pinzas al mayor de los barbudos, pero, este año, además, no haber sido una de las 75.000 personas que acudieron al festival batiendo el propio record de asistencia de pasadas ediciones, me habría privado del lujo de ver, entre otras cosas, la gran actuación de Pet Shop Boys.

Anunciados como cabezas de cartel y siendo un claro ejemplo de que el buen gusto no pasa de moda, el dúo formado por Neil Tennant y Chris Loew fue, con diferencia y sin controversia alguna –disculpe señor Damon Albarn, le tocó a usted el recelo de algún fan- uno de los puntos fuertes de este SOS 4.8.

No sé si esto se debió a sus cuatro cambios de vestuario, al tracklist escogido, a la marciana bienvenida que dieron al público mediante un robótico saludo que invitaba a adentrarnos en el “mundo eléctrico” o al carisma de una formación que ha sabido parir hit tras hit durante décadas, pero, fuera lo que fuese, entre eso y el bis que realizaron con su libertario Go West, pudieron volver a casa con el orgullo de haber ofrecido sobre el escenario Estrella Levante un espectáculo –de los más largos, por cierto- variado, bailable y aturdidoramente adictivo.

Así lo hicieron también sus otros compañeros de cartel, de los que, habiendo pasado por ese y por los otros escenarios –Jaggermesiter y Sos Club- podemos destacar a unos admirables The Prodigy, unos festeros The Bloody Beetroots, unos descafeinados Is Tropical y unos jóvenes que no fallan, son apuesta segura: The Kooks. Junto a ellos, dignos de mención fueron los enérgicos Triángulo de Amor Bizarro y The Strypes, la controvertida actuación de Damon Albarn -¿quién puede mantener contentos a sus fans siempre? ¿quién puede mediar en la controversia que se genera entre los que defienden la autenticidad de su último proyecto y los que gozaron como enanos recordando a Blur, Gorillaz o The Good, the Bad & the Queen?-, el triunfo de unos Phoenix entregados…

De todo y –casi- para todos, pues pudimos disfrutar también de Miss Cafeína, Pony Bravo, Dj Amable, e, incluso, de unos sorprendentemente poco entregados Izal, al menos en cuanto a lo referido a su interacción con el público, que fue algo escasa pese a la buena compenetración que de la que si hicieron muestra entre ellos.

Al margen de lo musical, cuyo recorrido a través de estas líneas es sólo la minúscula punta de un gran iceberg –no olvidemos a Fangoria, Él mató a un policía motorizado, Rinocerose, Gold Panda, Za!, Varry Brava y un largo etc.-, cabe destacar el esfuerzo realizado por el festival en complementar el frenético ritmo de conciertos con una serie de instalaciones, performances y demás acciones puramente artísticas que, en esta edición, versaron alrededor del concepto Fan Riots; así como la acertada decisión de redistribuir las colas de entrada al recinto –hubo sección de PassBook y una diferenciación entre las distintas zonas de canje de abonos-.

Esto marcha. La capital mundial del pastel de carne volvió a convertirse en sede de la mejor música y arte, y esto, en los tiempos que corren, no es poco. ¡Por un próximo SOS 4.8!

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