Ay, qué país
Por Vanessa Díez
El alemán llevó a mi madre en su coche a Torrevieja para resolver unas gestiones, a medio camino pararon en un bar alemán. Ella se sentó en la terraza, mientras él fue dentro a pedir. Viendo que tardaba en salir se acercó a dónde él estaba hablando con una mujer. No comprendía nada, ante su desconcierto preguntó a la camarera jovencita que sí hablaba español. ¿De qué están hablando? Tu vecino se está riendo de mi jefa, porque quiere conocerte y ella sólo habla alemán, aunque lleva aquí quince años, y tú sólo hablas español.
Surrealista, irónica, divertida e irreverente. Carlos Clavijo utiliza el formato del diario para que su personaje realice un recorrido por varios rincones de la geografía, como los americanos, parece que los alemanes también son dados a los estudios de campo. Comienza todo con un profesor desaparecido, que es el que inició el estudio en estas tierras, así Helmut, siendo una rata de estudio enclaustrada, se ve obligado a salir a la luz del sol, a la vida real para enfrentar a estos vecinos extraños que en plena crisis tan sólo mantienen sus cifras gracias al turismo y la Universidad de Heidelberg quiere saber la razón para extrapolar y copiar el método.
No hace mucho un inglés me decía que la mayoría de los españoles son maleducados y xenófobos. En la zona en la que vivo tanto ingleses como alemanes viven en un sistema de colonias, muchas veces dependiendo de sus compatriotas para resolver gestiones, en ocasiones prefieren alguien de su país que hable español para ir a sitios oficiales a modo de intérprete que aprender el idioma, además siempre recurren a un abogado si surgen complicaciones. La picaresca española sigue reinando por doquier, si nos contaran aquellos ingleses víctimas de constructores en urbanizaciones ilegales, que tras pagar la multa del constructor dado a la fuga el ayuntamiento les quiere seguir cobrando multas y tasas pero no legaliza la situación de su casa, para muchos de ellos la situación económica ya no es la que era cuando llegaron hace unos años, pues vienen con dinero ahorrado para comprarse su casa de retiro ya que en su país es muy caro, no es que sean ricos y tengan dinero para gastar eternamente. Carlos Clavijo no deja títere con cabeza. Helmut le da pie a hablar de todo aquello que se sigue haciendo en este país aunque no funcione, porque siempre se ha hecho así, desde las estafas de taxistas, comerciantes y hosteleros a los extranjeros, personas cualificadas en trabajos de menor cualificación, la baja calidad del contenido televisivo, las pensiones ilegales en pisos antiguos, los festivos del calendario, la impuntualidad nacional, la suciedad de algunos locales de tapas, la poca higiene de las piscinas públicas, la vida en pareja, el sistema sanitario, construcción de apartamentos en las costas, la suciedad de las playas, …
Así que esta novela no me parece irreal, pero como aquí sucede hay que saber reírse de las diferencias, ya que en muchas ocasiones acaban quedándose, ya sea por la comida, el sol, las mujeres, el mar … aquella calidad de vida que no existe en muchos de sus países y que la aprovechan para acabar sus días o en otros casos, cada vez más, para que sus hijos crezcan con nuestro clima, aunque el padre de familia deba ir y venir para trabajar. Sol, playa, comida grasienta y alcohol barato. ¿Qué más se le puede pedir a la vida que una fiesta eterna?