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Perdido sin amor

Por Vanessa Díez

El amor. Ese que no te deja pensar. Ni tocar los pies en el suelo. Felicidad. Embriagado de felicidad. El amor. Ese ente abstracto que nos ha tocado alguna vez en la vida. Hasta el más irónico y descreído cuando lo experimenta lleva pegada una cara de gilipollas que no puede con ella. Es inevitable. Momento de ninguna lucidez. Se toman decisiones rápidas. Después te arrepientes. El matrimonio rápido lleva a un divorcio rápido: tan sólo tres años y muere.
En El amor dura tres años Frédéric Beigbeder nos cuenta cómo llegó a su divorcio, primero se enamoró de su mujer, rápidamente la convirtió en su mujer, no podía dejarla escapar, al principio todo eran violines en el paraíso, pero según fueron pasando los años cada vez fue viendo más culos y pechos apetecibles por la calle, detalles que al principio pasaban desapercibidos, con la de casa era más que suficiente, era fiel, para acabar mirando todo aquello que se cruzaba en su camino y finalmente siéndole infiel, primero por puro placer, ya nada era como antes, y después porque acabó enamorándose de su amante y ya todo en casa era mucho menos soportable, su mujer no era su amante. Ambos casados con otras personas, enamorados el uno del otro, como en un culebrón sudamericano, se verán primero de forma clandestina y pasional en los hoteles de turno, ruptura, ni contigo ni sin ti, su mujer se dará cuenta de todo, descubierto el pastel le abandona, divorciado también se queda sin amante y empieza a emborracharse por los antros de antes, vuelta a la vida de soltero en París.
Nos enseñará su bajada a los infiernos y su redención, todo aquel que te dice que no cree finalmente es el más creyente, tan sólo es una tapadera para seguir adelante mientras no ha conseguido poseer un pedazo del santo grial, es más fácil conformarse que penar por aquello que no llega, ahogarse en el alcohol para no pensar en aquello que tanto duele, anestesiarse con todo lo que llega a tus manos y no ser consciente de que no estás haciendo nada. Y cuando la playa soleada llega la valora como nadie, porque viene del infierno y sabe que puede quedarse sin nada, lucha por el presente, para no volver a la oscuridad, a la nada absoluta.
El estilo Beigbeder permanece intacto, quién ya haya disfrutado de su ironía volverá a hacerlo en esta entrega, autobiográfico y sin pelos en la lengua. Este título apareció en Francia por vez primera en 1997, llegó hasta nosotros gracias a Sergi Pàmies en 2003 en “Panorama de Narrativas” y ahora en 2015 apareció en “Compactos” en Anagrama en ambos casos. Siempre es un buen momento para rescatar a un buen autor, más si es directo y ágil. Mucha gente se seguirá viendo representado en Beigbeder hoy en día, aunque fueran los noventa, los bloqueos emocionales, llamados mal de amores, mezclados con drogas, alcohol y decisiones mal tomadas pensando que tomas venganza, haciéndote más daño, siguen estando presentes.