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Tripulante y crucero, de viaje por Los Pueblos

Por Sandro Maciá

De sus voces e instrumentos aprendimos a interpretar el olor a sal. A fantasear con la recreación de la claridad del mar y sus reflejos. A sentir, como si fuesen reales, las graves ondas sonoras que desprenden las bocinas de los buques. A soñar con la cálida sensación de ser alcanzados por las luces de los faros. Y, cómo no, a saborear el ambiente costero y a dejarnos llevar por el oleaje de los mares que nos mostraron.

Es el caso de Tripulante y crucero, una multicultural banda que llegó a nuestras vidas con suave golpe de remo, con pacífica tranquilidad y con un disco de debut,  El sonido de los mapas (Gran Derby Records, 2012), cargado de preciosos y delicados temas, de multitud de ritmos y de un imaginario sonoro y textual que hacía honor a la bonita manera que ellos mismos tuvieron de presentarse: como autores de “canciones de costa con sabor a mar”.

Pero hay más, pues el caso de Tripulante y crucero es, también, el de un grupo que ha demostrado no perder el rumbo y saber muy bien cómo seguir las cartas de navegación. Prueba de ello es que, en estos días, vuelven a nuestras vidas con un segundo disco, Los Pueblos (Gran Derby Records, 2015), una segunda entrega de su poliédrico talento que no sólo les sirve para desmitificar la tradicional maldición “del segundo disco”, sino que les permite volver a llevarnos de viaje por sus paisajes, por aquellos caminos que sembraron en su ópera prima y que, ahora, tamizados en clave de ritmos más contemporáneos, psicodélicos y bailables, se nos presentan como nuevos rincones para explorar y disfrutar.

Los Pueblos, producido por Carasueño y grabado en Madrid (Studio B, Audiomatic), nos devuelve esas ganas de coger el petate y echar a correr, campo a través. Pero no para seguir contemplando el mundo a lo largo y ancho de su geografía, no, sino para pasar a vivir, esta vez, cada una de las fiestas que en él se celebran. Para proceder a ser parte de cada celebración popular y sentirnos un elemento más de sus ritmos y rituales.

Tanto es así, que desde la inicial y homónima canción que abre el álbum hasta Nadando entre peces –última pista, con sorpresa incluida-, son varios los estilos que se van mezclando, pudiendo pasar de las marítimas bases de Virgen del Carmen a los sintetizadores que envuelven las voces de Nuevo año solar, tema de corte más electrónico y vibrante que ha sido escogido como primer single.

Otros ejemplos serían la alegre Samba de Carnaval -cuyo marcado compás “sambero” se va difuminando entre ligeras percusiones e instrumentos de viento-, la aparentemente minimalista Vacaciones –que va creciendo según avanza, entre guitarras y eufóricos coros-, la ritualista Las Hogueras – “un, dos, tres, cuatro, a las hogueras vamos caminando” reza esta mágica oda a la noche de San Juan- o la pop-folk Poema del frío –buena dosis de cuerdas y cascabeles-.

A todo esto, debemos añadir que el mix de estilos –perfectamente lógico, por otra parte, si nos atenemos al origen internacional de la banda, con integrantes de Canarias, Castilla-La Mancha, Estados Unidos y Cuba- viene acompañado de una ejecución técnica arriesgadamente encantadora, en la que intervienen todo tipo de instrumentos, desde los más comunes a los más exóticos, como pueden ser las congas, ukeleles o mellotrones

Costumbrismo, ganas de pasarlo bien, apertura de mente, desprejuicio de ritmos y amplitud de miras, pasando de las canciones “con sabor a mar” a las composiciones con sabor a mundo. Esto es lo que encontraremos en Los Pueblos, además de una cuidada presentación en su imagen y diseño, obra de la artista Paloma P.