Concierto de Lucía González en El Albir
Por Sandro Maciá
De brillantes destellos y susurrantes murmullos. Así eran las olas del valiente mar Mediterráneo, que en la noche del pasado sábado y a su paso por las cálidas orillas de la alteana Playa del Albir, recogían las plateadas y titilantes lágrimas de una Luna llena que, desconsolada, no pudo evitar ser eclipsada por la que realmente fue la estrella del lugar: la cantautora ilicitana Lucía González, quien tomó como punto de partida, para la flamante hazaña de volver a compartir su pasión por enseñar al mundo el talento que guarda en su interior, el lounge-bar Goa, situado a escasos metros de la costa.
Allí, ante un público más que entregado y de cuya procedencia podríamos hacer un artículo aparte –los había de otras ciudades, de otras provincias e, incluso, de allende nuestras fronteras-, la joven cantante y compositora, guitarra en mano y acompañada por un exquisito elenco de músicos dispuestos a arropar cada uno de sus acordes a ritmo de percusión, piano, chelo o saxo, volvió a demostrar que, si de simpatía y gracia anda sobrada, de talento para seguir creando tampoco se queda corta.
Prueba de ello fueron algunas de las canciones inéditas que compartió con los presentes en la acogedora sala antes citada, temas que en un futuro darán forma al que será su nuevo disco, Sensamientos, un trabajo del que no cabe duda que acabaremos enamorándonos, a juzgar por cómo sonaron, entre otras, El tren de y diez, Cuento de princesas o Beso de agua, cuya representación del título en vivo y en directo, por parte de dos amigos de la artista, fue tan tierna como divertida.
Pero hubo más, no se vayan a creer. Pues junto a estos estrenos -tan dulces como esperados por todos los que allí nos congregamos-, Lucía no se amilanó a la hora de versionar –si alguien aún no había caído a sus pies, seguro que lo hizo tras escuchar su interpretación de Algo contigo-, así como tampoco defraudó en lo que a rescatar sus composiciones más conocidas se refiere, volviendo a dar vida en las cuerdas de su instrumento a esas melodías y letras que siempre nos llevan a emprender un largo y ansiado periplo en el que la propia autora, a través de una voz que va modulándose desde la sensualidad al desgarro o desde la suavidad hasta la fuerza, nos hace partícipes de bonitos paseos por su universo de alegrías y sueños –inolvidable, como siempre, su Quiero y Quisiera-, de cariño y amistad –preciosa Berta o la simpática canción “de las amigas”-, de entrañables historias –nunca me cansaré de escuchar La calle del marqués- y del amor desmedido por su familia –adorable Pequeña y grande Lucía-, y en especial, por su madre.
Tan auténtica como su música, una vez más, Lucía González, en vez de dar el Do “de pecho”, lo dio “de corazón”. Y eso, lo crean o no, poca gente lo consigue.