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Perder significa tantas cosas

Por Vanessa Díez

Una mentira mil veces repetida puede acabar convirtiéndose en una verdad, como bien sabía Goebbels. Y un adiestramiento de cuarenta años puede llegar a ser muy efectivo. Los silencios y las sombras dónde se escondió la verdad hace que muchas historias todavía no se conozcan, sigue existiendo gente de ambos lados que no considera que recordar sea importante, prefiere olvidar aquel dolor, “lo peor no fue la guerra, sino la posguerra”. La posguerra la pasaron todos, vencedores y vencidos, el hambre, la miseria y la falta de higiene extrema en algunos casos. Una España pobre sin derechos que era apartada de aquellos que podían seguir manejando su alto nivel de vida que fue conseguido a cualquier precio, sin importar la sangre.

Lo peor que puede hacer un pueblo es olivar el pasado, porque puede llegar a repetirlo. Se armó demasiado alboroto hace unos años con la Ley de la Memoria Histórica, parece que había cosas más importantes que recordar los hechos que pudieran cambiar los datos en los libros de historia que los niños aprenden. Muchas familias no han encontrado a sus antepasados y ya no tomarán ninguna represalia, llorar ante un ramo de flores en una lápida con su nombre inscrito es su sueño incumplido. Puede que exista algún superviviente que ante el dolor de lo sufrido todavía despotricara contra sus verdugos, pero quién podría reprochárselo si tras vencer el terror siguió siendo el modo de no perder lo conseguido.

Llum Quiñonero se entrevistó con cuatro mujeres de Dones del 36 durante los años que vivió en Barcelona, entre 1995-2003, fueron Trini Gallego, Concha Pérez, Rosa Cremón y Conchita Liaño. Comunistas, anarquistas, republicanas, rojas, luchadoras, libres, emprendedoras e incansables. Su vida fue la lucha por la libertad de las mujeres en un país en el que la mujer siempre debía depender de un hombre, ya fuera padre, hermano o marido, incluso aunque el susodicho diera mala vida, se aprovechara del patrimonio de su señora o tuviera una amante en cada pueblo. Ellas se revelaron ante aquel orden establecido, ante el que incluso sus compañeros de lucha política no consideraban que se debiera cambiar, tener una esclava a los pies es demasiado tentador.

Así nació por ejemplo Mujeres Libres en Cataluña, organizando en aquellos años de la guerra a muchas mujeres para enseñarlas a ser independientes y salir adelante por sí mismas, hubo un gran fondo pedagógico, formación profesional para que las mujeres que eran analfabetas en su gran mayoría, para que pudieran defenderse y tener herramientas ante la vida. Las niñas estaban excluidas de la enseñanza que estaba en manos de la Iglesia, eso sólo cambió durante la república, tan sólo se consideraba necesario que aprendieran a coser, cocinar y ser una buena madre para atender al marido y al hogar, durante el Franquismo se volvió a lo mismo. Pero ¿y si él prefería a otra? ¿y si abandonaba el calor del hogar por una pasión arrebatadora? ¿qué haría aquella mujer con varios retoños y sin un trabajo para llevarles comida a la boca? La Iglesia no indicaba soluciones en aquellos casos, no existía el divorcio pero el “ahí te quedas” siempre había estado, todas conocían las historias de otras. Nuestras protagonistas aspiraban a encontrar un compañero, un igual, que no las tratara como esposas sumisas. Todas tenían figuras en su familia a través de las cuales conocían el sufrimiento que un hombre podía causar, ya fuera la madre, la abuela o la tía. Mujeres fuertes que lucharon por cambiar su vida.

Es una lástima que las editoriales no consideren en algunas ocasiones reeditar material, porque la incertidumbre ante las ventas es un gran bocado en el estómago, la autora decidió emprender esta tarea por su cuenta y riesgo, así se ha reeditado este libro para no olvidar. Nosotras que perdimos la paz va acompañado del DVD con el documental Mujeres del 36.

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