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LFA: Viaje épico en Odisea

Por Sandro Maciá

Como ellos saben. Con la ilusión y la esperanza de quien regresa sin perder de vista el punto de partida. Con la emoción de quien es sabedor del disfrute que conlleva la aventura de explorar mundos interiores y exteriores. Con la determinación, propia y definitiva, de quien derrocha valentía a la hora de soltar amarres y embarcarse en el arduo y precioso periplo por el más complejo y extenso de los universos: el de la música. Con su preciosa concepción de la realidad que les rodea y que toma forma bajo el nombre que abriga su talento.

De esta manera, vuelve el dúo ilicitano “La Familia del Árbol”, surcando los mares del tiempo y la distancia, para presentar su recién publicado nuevo disco: Odisea (Cydonia, 2015), un Lp que es, en sí, una experiencia nueva y regresiva a la vez. Un homérico viaje de ida y vuelta que nos ofrece Nacho Casado junto a Pilar Guillén en forma de travesía trazada a través de nueve cortes de suave pop-rock psicodélico y dulce folk, y que se va vertebrando sobre el contexto y el trasfondo del sentimiento constante de afrontar la hazaña de vivir como un reto, como la aventura de -en palabras del propio Nacho- “superar los obstáculos y conseguir volver a casa con los tuyos”, como  “el viaje que hacemos todos cada día para salir adelante”.

Y de superación y afán de salir adelante en el camino de la vida va la cosa, pues  desde Olas hasta El Viaje (Ulysses II) –primer y último track del disco-, Odisea es un trabajo que va creciendo por momentos. Va concatenando una serie de matices y melodías, que dan fe de que la evolución de La Familia del Árbol no se detiene, ni en lo sonoro ni en lo textual -pese al buen nivel ya demostrado en su predecesor, La montaña y el río (Mushroom Pillow, 2011)-, y que vuelven a dejar bien claro que una de sus señas de identidad es esa capacidad para la paradójica creación de temas que, aun siendo actuales y originales, se ven impregnados de un carácter atemporal que siempre los mantendrá vivos.

Prueba de ello, de esta atemporalidad y del propio fluir de unas canciones que se identifican a la perfección con la idea del viaje permanente y del esperado regreso a la meta que todos ansiamos como buenos Ulysses del siglo XXI, es la inaugural Olas –delicada, nihilista y, sin embargo, transitiva en cuanto a la época de La Montaña y el Río-, la espléndida Vulcano –gloriosos coros para un track tan amplio como concreto, donde no decae la luminosidad sonora y donde se integra, sin desentonar, desde la marcada percusión hasta un sintetizador, sin olvidar la omnipresente guitarra-, la atmosférica Caballo –de sigiloso comienzo y posterior explosión a base de cambios rítmicos y de las características entonaciones y giros vocales de Nacho-, la poperamente psicodélica Uysses –single del álbum, donde el alegre ritmo se desarrolla mediante un mix de pop y psicodelia-, la sincera El pescador –de potente inicio vocal y explosivo final instrumental y coral, con unos versos reflexivos y dignos de mención: “¿Cuánto podemos aguantar hasta desfallecer? Amarte es lo único que da sentido a envejecer”-, la animada Una roca necesita a alguien –¡qué viva la luz, la sencillez y la espontaneidad!-, la épica y onírica Canto IX –harpa incluida-, 1984 –visión propia de la vida con alegre melodía- y El Viaje (Ulysses II) –bonito final abierto, de estructura similar a la que abre el disco, como punto de llegada y partida en sí misma-.

Por tanto, Odisea, grabado en los Estudios Río Bravo (Valencia) de Josh Rouse y producido por Nacho, junto a Xema Fuertes y Cayo Bellveser, es ida y venida, es viaje y es llegada. Es, según se vea, el disco de una historia o la historia de un disco. Es La Familia del Árbol, en cuerpo y alma.

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