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Una sátira del país norcoreano

Por Rubén J. Olivares

Corea del Norte es un país sorprendente y extravagante, tanto por la brutalidad de las acciones represivas que el régimen aplica a sus ciudadanos y a aquellos que no respetan sus leyes, como por los caprichos y deseos que la familia Kim manifiesta. Uno de los hechos más extraños que rodean la historia de este país lo constituyen los secuestros de extranjeros que el régimen llevó a cabo durante los años setenta y ochenta. Sus ejecuciones son de película. Al más puro estilo de los villanos a los que se enfrentaba James Bond, el gobierno de Corea del Norte se dedicaba a secuestrar ciudadanos de Corea del Sur, Japón, Jordania, China, etc. por parte de agentes del servicio de inteligencia norcoreanos disfrazados con largas pelucas negras, quienes introducían a la fuerza a las víctimas en sacos para cadáveres y los transportaban en una zodiac hasta un carguero norcoreano, para ser trasladados a Pyongyang y obligados a ejercer como maestros de espías norcoreanos (enseñaban las lenguas, usos y costumbres de sus países). Pero sin duda, el secuestro más famoso y cinematográfico de Corea del Norte fue el perpetrado contra Choi Eun-Hee, la actriz surcoreana más famosa de la época y Shin Sang-Ok, el más afamado director surcoreano de aquella década.
Detrás de ambos se hallaba Kim Jong-Il, el sátrapa cinéfilo, admirador del cine de Hollywood y de las películas de James Bond, que deseaba convertir a Corea del Norte en una superpotencia cinematográfica que mostrara al pueblo de Corea del Norte y al mundo las bondades y fortaleza del régimen.

De la mano de Paul Fischer, esta historia verídica se convierte en el eje central de Producciones Kim Jong-Il presenta… y de la cual podemos disfrutar en español. A través de las biografías del director y de la actriz surcoreana, infinidad de material publicado, testimonios de diversas personas implicadas en la misma, así como a los relatos de exiliados norcoreanos y extranjeros que lograron huir del país, Paul Fischer nos ofrece una aproximación al régimen norcoreano a través del papel que el cine jugó en la propaganda del régimen y en fomentar la idolatría semirreligiosa de los Kim.

Kim Jong-Il, el hijo del fundador de Corea del Norte, mimó con extremo cuidado a Choi Eun-Hee, a quien mantenía en una cárcel de oro -alojada den lujosas mansiones, vestida con elegantes prendas y alimentada con las mejores viandas, se le permitía deambular por los alrededores de la mansión, bajo la atenta supervisión de su institutriz- y aplicó un estricto programa de reeducación contra Shin Sang-Ok, a quien encarceló en repetidas ocasiones por su empecinada insistencia en tratar de huir del país y a través de cuyo testimonio conocemos las terribles condiciones a las que son sometidos aquellos que el régimen considera enemigos, relato que estremece y remueve conciencias, al tiempo que nos hace admirar la capacidad de resistencia y superación que ambos tuvieron. Cuando Shin Sang-Ok claudicó en 1983, la pareja volvió a reencontrarse y comenzaron a rodar películas para el régimen de acuerdo a los guiones que el propio Kim Jong-Il y su equipo habían elaborado. Como relata Paul Fischer, Kim Jong-Il convirtió a Corea del Norte en un enorme plató de rodaje en el que él era su director y sus compatriotas personajes secundarios prescindibles.

La pareja llegó a rodar siete películas, diversos dramas propagandísticos, musicales y la película de culto Pulgasari, una versión norcoreana de Godzilla. Finalmente, Choi y Sin lograron escapar tras 8 años al servicio del régimen en una huida propia de una película de espías, atravesando el Telón de Acero con la ayuda de funcionarios de la embajada estadounidenses de Austria.

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