La emancipación de la mujer, la ciencia y el sacrificio.
Por Rubén J. Olivares
Resulta habitual que el lector europeo descubra, con grata sorpresa, la obra de un escritor senegalés, tailandés o armenio que había estado oculto a sus ojos durante décadas y que es rescatado con acierto por alguna valiente editorial. Lo raro suele ser que esto mismo ocurra con una escritora estadounidense, galardonada en 1996 con el National Book Award y, para más inri, contemporánea al lector, como es el caso de Andrea Barrett y del libro que reseñamos, La fiebre negra.
El lector que haya cogido entre sus manos La fiebre negra, sabrá a que me refiero. Barret desarrolla una prosa precisa y ligera, entrelazada con diálogos de personajes históricos que se entretejen con los diálogos de los personajes ficticios de Barret, describiendo un mundo que aún guardaba rincones para la magia y la inocencia, en el que se describe con detalle el ambiente científico del pasado, especialmente del s. XVIII y XIX y los avances de los grandes científicos que los poblaron, mostrándonos la humanidad que había tras estos y el camino que la ciencia ha trazado desde entonces hasta la actualidad, arrancándonos miradas de perplejidad cuando leemos algunas de las teorías que manejaban y que hoy en día nos parecerían rocambolescas.
A través de los relatos que componen La fiebre negra vemos pasar a grandes naturalistas y científicos como Mendel, Linneo, Darwin o Wallace, a los que la autora cede la voz para describir los mundos exóticos que descubren en sus viajes, con impactantes paisajes poblados por una flora y fauna mágicas. De este modo Barrett nos descubre que Mendel, el padre de la actual genética moderna, acabó muriendo desconcertado por no haber podido obtener el reconocimiento que sus trabajos con la transmisión de genes de los guisantes merecían y contrariado cuando, aconsejado por el entonces célebre botánico Nägeli, trató de replicar sus experimentos sin éxito con la vellosilla. También conoceremos los estragos que el alzhéimer hizo en el naturalista Linaeus, el creador de la actual clasificación taxonómica, y viviremos las aventuras y penurias que Wallace padeció en su búsqueda de nuevos ejemplares a lo largo de Sudamérica, el Sureste asiático o África, para revivir con el relato que da título al libro la epidemia de tifus que sucedió a la hambruna que en el s. XIX vivió Irlanda por culpa de la roña de la patata.
Estos son algunos de los acontecimientos científicos de las ciencias naturales, la historia de la medicina y el nuevo canon biológico que se adoptó tras la Ilustración, que Barrett emplea en «La fiebre negra» para construir un espléndido libro de relatos breves con el que dejarnos atrapar por la historia de la ciencia, pero también por el amor a la ciencia y la ciencia del amor en la que se ven envueltos sus personajes a medida que se adentran en el complejo mundo de la ambición, el fracaso, los sueños rotos y la frustración.
El resultado es una obra armoniosa, un libro cálido que nos interroga sobre asuntos tan transcendentales como la emancipación de la mujer, la ciencia y el amor, el sacrificio y el heroísmo en pro de salvar vidas o los caprichos de la fama. Barrett demuestra su maestría como narradora de relatos, lo que justifica la lectura de este libro que gustará tanto a los amantes de la ciencia como a los de la ciencia ficción y, como no, a los amantes de la literatura.