Un amor eterno
Por Vanessa Díez
Todavía recuerdo dónde estaba ese fatídico día. Estaba en Madrid estudiando para un examen de la asignatura de Economía, estudiaba Publicidad en la Complutense. Tenía el televisor encendido y no creía lo que estaba viendo, parecía una película, aunque estaban dando las noticias. Subí el volumen para asegurarme de qué era lo que estaba pasando. Ni los propios periodistas lo tenían claro. El primer avión había chocado contra una de las torres. Todo eran frases llenas de duda. Y de repente apareció un segundo avión y ya todo perdió sentido.
Es la primera novela que leo que trata el tema del 11 de septiembre y habla de los atentados. En La luz que perdimos Jill Santopolo va equilibrando la tragedia y la alegría, como en la vida, utiliza desde el principio los atentados para dar comienzo a la historia de la protagonista con su eterno amor, ella siempre recordará aquellos días, no podrá volver a la zona 0, ni para llorar a los muertos, ni para honrarlos después de reconstruido todo. El día de los atentados será cuando conoció a Gabe y cuando él la dejó por primera vez. Marcará en ella un antes y un después.
Esta es una despedida, soltar en el amor es el gran sacrificio y la mayor prueba de que nuestros sentimientos son profundos y verdaderos. Lucy se enamora de Gabe. Se alimenta de cómo le hace sentir, nada más necesita. La idea del amor romántico sigue dentro de nosotras, como mujeres muchas veces nos abandonamos al amor, sin pensar en nada más, no somos egoístas, tan sólo vivimos el momento, nos nutrimos de cuidar y sentirnos deseadas.
En cambio Gabe necesita algo más, no es feliz, no encuentra su camino. Se cruza en su vida el amor de Lucy, de nuevo, tan sólo lo aprovechará durante un tiempo. Hasta que recomponga su vida. En cuanto cure las heridas y vuelva a sentirse seguro de sí mismo se apartará de sus cálidos brazos. La fotografía será su nuevo amor y con ella se marchará a Oriente Próximo. De guerra en guerra capturando imágenes durante años. Inmortalizar la realidad para el mundo, pero huyendo de su propia realidad. Recreando su caótica infancia.
Lucy debe pegar sus pedazos sola, sus amigas serán parte de la terapia. Encontrará una nueva oportunidad para seguir adelante, aunque el primer año será duro. Después Darren se cruzará en su camino e irán avanzando a pequeños pasos. Gabe volverá a Lucy en cada crisis, de forma intermitente, después volverá a zambullirse en otro conflicto. Serán varios años dando vueltas sobre una historia inacabada.
Darren le da a Lucy lo que Gabe no supo darle, la estabilidad y seguridad que a ella le faltaba tras su marcha. Irán formando una familia juntos. Nos cuenta cómo avanzan en su matrimonio y cómo ha vivido sus dos maternidades. Esta es la parte que más he disfrutado. Los pasos de los embarazos de Lucy. Te hace partícipe de cómo se convierte en madre con cada niño. Y con cada niño la historia cambia, tan sólo mejora en la segunda porque se sabe algo de la película pero los síntomas no son iguales. Después su lucha por incorporarse al trabajo después de cada maternidad, Darren era un poco tradicional, pero Lucy impone como necesidad para su cordura el sentirse realizada como mujer, no sólo como madre, se lo demuestra con la niña bastante llena de caca, en plan ¿dejarías tu trabajo y aguantarías esto cada día sin volverte loco? ¿podrías?, su defensa era que las mujeres de sus compañeros sí lo hacían, y me parece respetable, y ella se mantuvo firme «no soy como las mujeres de tus compañeros».
Así que Lucy se ve en una encrucijada, no sólo Gabe ha estado presente en sus recuerdos durante diez años, si no que de vez en cuando se ha hecho presente, ahora en cuanto su matrimonio atraviesa una crisis ella no sabe qué camino tomar. Jill Santopolo me sorprendió con el giro que le da al final de esta historia. Si eres de las románticas seguro te remueve, ya que Gabe es como el perro del hortelano que «ni come ni deja comer».