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“La valía de un hombre se mide por la cuantía de soledad que le es posible soportar”  (Friedrich Nietzsche)

Por Rubén J. Olivares

August Strindberg es, probablemente, el mejor escritor sueco de la historia de la literatura de éste país. O al menos es lo que después de leer su obra puedo afirmar. La obra de August Strindberg nos ofrece la oportunidad de conocer y profundizar en la literatura sueca de la mano de un autor introspectivo, melancólico y en ocasiones un tanto huraño. A Strindberg se le achaca el carácter de misógino, hombre irascible, atormentado, desquiciado y paranoico y parte de esto puede ser verdad, pues en los últimos años de su vida acabó recluido en la soledad de su casa afectado por graves episodios de esquizofrenia que lo aislaron más de lo que habitualmente lo hacía él mismo.

No obstante en Solo, pese a lo explícito de su título, no encontraremos a un Strindberg  que se regodee en su misantropía y que nos canta las alabanzas de la vida de un ermitaño que vive por y para sus propias reflexiones, sino a un autor que, con el peculiar estilo literario escandinavo, nos narra pausadamente, reflexionando y con una perspectiva poética y un agudo sentido de la observación su regreso a Estocolmo tras una ruptura sentimental. Solo es una novela autobiográfica y una oportunidad para acercarnos a conocer la vida de  Strindberg, a través de la cual conoceremos como éste regresó a Estocolmo en busca del refugio que la amistad le podría aportar y como descubrió con amargura y hondo pesar, que los recuerdos de aquellas viejas amistades que guardaba en su corazón se habían desvanecido al comprobar como el paso del tiempo había ido desdibujando los lazos que mantenía con sus amigos, lo que poco a poco lo fue recluyendo en la intimidad de su hogar y en los fortuitos paseos por Estocolmo y los parajes naturales que rodeaban la ciudad, únicos refugios que fueron capaces de consolar su atribulado corazón. Pero lo que para unos podría ser una condena en Strindberg se convierte en una oportunidad para la reflexión filosófica y la poseía. Con la mirada de un poeta y la agudeza de un atento ojeador, escrudiña todo lo que le rodea, lo que olfatea, lo que oye y lo convierte, con la genialidad que sólo él podría tener, en un canto poético a la soledad y a la vida, en la que entremezcla la realidad que percibe con la introspección más personalista.

La soledad que Strindberg vive no se convierte en una cárcel que lo separa del resto del mundo, sino en una oportunidad para reencontrarse consigo mismo y hacer las paces con los demonios que lo atribulan. Solo nos ofrece una lectura pausada, recreada y contemplativa que nos exige dedicarle atención y tiempo para poder profundizar en sus páginas y dejarnos recrear por la poética y belleza que Strindberg recrea en su soledad y que, paradójicamente, no nos hará sentir solos sino arropados por el brazo de Strindberg y el paisaje del Estocolmo de principios del s. XX.

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