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Abrazando las púas del Niño Erizo en su mini Lp

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por Sandro Maciá

Que no! ¡Que no es la química quien pondrá solución a nuestros problemas! ¡Que no es la fuerza quien nos librará de nuestros temores! ¡Que no es el dinero quien nos permitirá llegar a lo más alto! Que no, que no y que no, que si así piensa alguien en esta sala, no sólo anda más perdido que un perro en el desierto, sino que además tiene la desgracia de no conocer a una banda que ofrece con su debut la clave para solucionar cualquier contratiempo de una manera mucho más eficaz que un retiro espiritual o que una estancia en un campamento de mindfulness, una clave que viene firmada por el no menos original nombre de El niño erizo y que reza tal que así, como recoge el título de su flamante mini Lp: El problema se resuelve con abrazos (Flor y Nata Records, 2018).

Buen título, ¿eh? Y camufladamente acertado, de verdad. Ya que si sólo en él nos centrásemos -pese a tener resuelta así, rápidamente, la justificación que muchos estaréis buscando entre las frases que preceden a la presentación del trabajo en cuestión de estos jienenses-, estaríamos obviando que tras el precioso escaparate que conforman esas bonitas palabras existe una trastienda aún mejor, la que se encuentra decorada por los siete temas que dan forma a un disco muy pop, pero también muy rockeramente indie.

 

¿Tendrá algo que ver que este proyecto, originalmente de Juanto (batería y percusiones) y León (voz y guitarras), haya reunido en un quinteto a gente como Raúl (guitarra) Miguel (bajo y coros) y Dani (teclado y programación), procedentes de bandas de estilos tan diversos como el rock noventero, el «progresive» y el indie-pop? Sin duda, de ahí que todo detalle tenga sentido en los siete cortes que El niño erizo se saca de entre sus púas para demostrar que toda influencia, bien combinada, da lugar a unas melodías y unas letras que atraen al público sin miedo alguno a pincharse durante la hazaña de desgranar cada tema.

Una agradable tarea, la de ir repeinando cada púa, pues así es como acariciaremos la ochentera Fuegos de artificio -¡eso si es ser punzante en lo musical y en lo literario!-, la fugaz Hoy –cuyo dinamismo encandila desde el principio, incluyendo un estribillo con desgarro y estilo, al tiempo-, la sideral Simetrías en el espacio –donde la voz de León surca la vía láctea en un espontáneo comienzo que va haciéndose sonoramente más amplio a medida que la distorsión de las guitarras le arropa-, la divertidísima Insomnio –de loop electrónicamente adictivo y versos tan ágiles como fantásticos para esos momentos de desfogue entre coros poperos-, la “dulce” Pinocho y Judas –cuya historia bien da para que este tema de aire rock enganche desde su inicio-, la franca Ser extraño –clara en forma y fondo, sin más sutileza que una melodía que ensalza con gusto (y con buenos sintes) una letra cruda y directa, pero muy cierta- y la despreocupadamente sencilla La copa eterna –acústico tema que no esconde las agridulces sensaciones de curar con abrazos a través de una letra de reminiscencias clásicas, de añoranzas propias y de claras palabras-.

Aún habiendo sido grabado y producido por Miguel Beltrán de enero a junio de 2018 en su estudio, las referencias al pasado y las imágenes pop que proyectan las canciones de El problema se resuelve con abrazos son la prueba más fehaciente de que este trabajo no es fruto de un arrebatado impulso, sino la consecuencia de un meditado proceso de vivencias y arte. Fórmula, esta, que en manos de los puntiagudos músicos del Niño Erizo, funciona a la perfección en la difícil tarea de trasladarnos a décadas pasadas sin caer en la ñoñería fácil.

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