UA101349465-1

El taller de libros prohibidos de olalla García.

k

por Vanessa Díez

 Una tarde mi madre me buscaba para darme la merienda. Me llamaba y yo no aparecía. Ni siquiera contestaba la niña. Después de buscarme por los alrededores de la casa me fue buscando de habitación en habitación. Harta de no encontrarme lo siguió intentando después de una hora y allí estaba al fin. La niña estaba leyendo un libro de cuentos en una de las habitaciones del fondo de la casa. En silencio sobre el sofá metida en mi mundo de sueños.

Desde pequeña siempre he tenido un libro entre las manos. El olor a libro nuevo, pasar sus páginas y descubrir sus historias. Un mundo distinto detrás de cada autor. Soy del pensamiento de que cada historia puede ofrecernos algo. Encontrar un texto como «El taller de libros prohibidos» sobre el mundo del libro y la imprenta para mi es un regalo. Además su autora se desenvuelve bien en la trama y nos ofrece una historia interesante dónde su personaje femenino crece ante la adversidad.

Ahora el proceso de imprenta se resuelve apretando unos botones, poco queda ya de lo de antaño. Los pocos restos se reducen a máquinas que quedan manuales o trenzado hecho a mano para encuadernar. En los siglos pasados era la fuerza del hombre la que daba vida al proceso, de varios hombres como veremos, aunque también la destreza y el cuidado en las formas era importante, para dar un a acabado limpio en los pliegos. Cuanto mejor quedase la impresión, tanto en la forma como en el fondo, mejor sería el precio. A destacar la ausencia de correctores en aquellos tiempos, trabajo no regulado como el de traductor en nuestros días.

La mujer era esclava de su marido, estaba a su disposición, él era su dueño y decidía la vida que quería darle. De este poder masculino no escapaba ni sirvienta ni señora. Los demás que veían las pruebas de los golpes y escuchaban los desahogos del marido no intervenían, tan sólo callaban, cómo si no sucediera nada. Aunque no hubiera un motivo real, él podía volcar sobre su mujer la ira, provocada por la impotencia de sospechar que nunca le amaría y pensaba en otro, pues consiguió hacerla suya con artimañas a través del padre, imponiendo a la hija como pago a una deuda de juego. Ella fue la víctima que de pronto se vio como señora de una casa que nunca hubiera imaginado, su marido mayor que ella ya la observaba de lejos tiempo atrás, la codiciaba sólo para él, que ella empezase un noviazgo fue un detonante para actuar.

Después una vez conseguida la pieza la maltrató en vez de adorarla. No se ganó su aprecio y su buen trato. Los celos y la ira ante la presencia de otro en su alma fue más grande y se fue alejando de ella. Destruirla como él ya lo hacía con sí mismo fue el camino. Autodestrucción.

La viudez era una liberación para muchas mujeres. Si tenían pertenencias y forma de salir adelante no pensaban en un segundo matrimonio, la libertad adquirida era mucho más valiosa que unas sábanas calientes a cambio quizá de una paliza.

Nuestra protagonista se ve de pronto dueña de su destino. Empiezan a llegar desafíos que debe afrontar. Su marido tenía negocios legales y clandestinos y vienen a ella a cobrar lo pactado. Ella enfrentará en vez de esconderse como quizá su condición la obliga. Veremos como al quedarse viuda debe estar un año sin salir a la calle y poner cortinas negras en su habitación que no dejaran entrar la luz, imposiciones sociales que la mujer debía acatar, después las primeras salidas debían ser a misa para escuchar tan sólo, no para acudir a divertimento alguno, no fuera que la mujer pudiera llegar a reír en tal circunstancia. Ella en cambio decide salvaguardar su casa y su negocio rebelándose ante estas normas que tan sólo reducían a la mujer como sumisa cuidadora del hogar, para que si quedaba desamparada viera la necesidad de hallar en un hombre, pariente o futuro marido, su posible salvación.

Descubrirá que incluso sus vecinos impresores aprovecharán su desgracia para obtener beneficio en vez de ayudarla, quitando si puede ser encargos a su imprenta. Obtendrá la fuerza que le falta de un impresor francés que llega a Alcalá de Henares huyendo de Barcelona para conseguir una prueba injusta contra él que el Santo Oficio no disculparía.