La ciudad siempre gana de Omar Robert Hamilton.
por Rubén Olivares
“…You will not be able to stay home, brother
You will not be able to plug in, turn on and drop out
You will not be able to lose yourself on skag and skip
Skip out for beer during commercials
Because the revolution will not be televised…”
Gil Scott-Heron
Si el año 2018 nos trajo una buena cosecha en lo que se refiere a la literatura política, el 2019 va a cerrarse con una manifestación del descontento social que ha estallado en diversos países. Vivimos tiempos de cambio como en la novela homónima de Robert Silverberg; es inexcusable y, como en ésta, buscamos un nuevo orden social que nos libere. Escribía y cantaba Gil Scott-Heron (les animo a que se documenten sobre este activista, poeta y cantautor, si aún no lo conocen), en uno de sus poemas que la revolución no será televisada, que ésta simplemente irrumpiría en nuestras vidas, y algo así es lo que vivimos con la obra de Omar Robert Hamilton. Estamos ante uno de los títulos más intrépidos y remarcables dentro del género de la literatura política, en el que constituye el debut literario del director de cine y ahora escritor británico, una novela que bulle, como la plaza de Tahrir, de voces de esperanza, que nos sitúa en el corazón de la Primavera Árabe egipcia, en plena revolución y que, pese a haber sido publicado el año pasado, no podría estar de más actualidad, porque, aunque se centre en las protestas que derrocaron a Mubarak en el 2011, es un reflejo, casi un ensayo sociopolítico, sobre la deriva que las protestas y revoluciones modernas tienen. Un libro que nos ayuda a comprender, salvando las distancias, porque ha explosionado Chile, que ha llevado a que Bolivia se fragmente, que empuja a que en Argentina se lancen a protestar o porque en Europa se producen, periódicamente, estallidos violentos en los suburbios de Londres, París u otras grandes ciudades, porque a todos los acaba uniendo un mismo grito: necesitamos un nuevo sistema que acabe con las desigualdades, que impulse un modelo más equitativo.
Con la plaza Tahrir convertida en un personaje más de la novela, un ente vivo que late y respira, el autor nos invita a seguir de cerca la lucha de tres jóvenes activistas políticos, idealistas convencidos de su victoria, de la necesidad de luchar contra un régimen opresor y de vigilar que el nuevo gobierno respetará los ideales que defienden. Pero como nos ha enseñado la Historia, derrocar a un dictador sólo es el principio de un movimiento pendular que acaba derribando un dique por el que se desbordan extremismos que aprovechan su proximidad al núcleo de poder y que, como oportunistas carroñeros, acaban devorando el cuerpo de la joven revolución y condenando a muerte el alzamiento. «La ciudad siempre gana» es una exposición certera sobre la maleabilidad de la masa, un estudio de psicología social, que nos muestra lo imprevisible que el conjunto puede llegar a ser y como nos dejamos arrastrar por el grupo, subsumiendo la genialidad individual a la estulticia del rebaño, pero también es un retrato sociológico de una generación que ha crecido con Internet y las nuevas tecnologías, que reclama su propio espacio político y que se ve ahogada por la generación anterior de sus padres que se muestra incapaz de darles las oportunidades que reclaman, una generación visual, que ha crecido entre redes sociales y que se organiza a través de las mismas, viviendo en mundos paralelos entre la ficción de lo que se comunica y narra en los grandes escaparates de las redes sociales, al tiempo que se enfrentan a una realidad violenta en las calles de Egipto.
Un retrato generacional de una juventud que reclama cambios y que se encuentra con la perplejidad de sus mayores, deseosos de orden y progreso, estabilidad y paz social, aunque ello suponga sacrificar en el altar del orden a la misma libertad. Esta novela nos ofrece una lectura trepidante y una fotografía realista de las ansias de libertad y cambio que la Primavera Árabe trajo a Egipto.