La excelencia de las mujeres de Plutarco.
por Ana Olivares
Ahora que tan presente está el discurso feminista, La excelencia de las mujeres lleva siglos dormida, esperando ser reconocida.
Plutarco fue un historiador griego que nació en Queronea, en el siglo 45 d.C. También fue sacerdote del oráculo de Delfos. Conocido mundialmente por su famosa obra Vidas Paralelas, compilación de biografías de ilustres personajes grecolatinos agrupados en parejas con el fin de establecer una comparación entre ambas culturas señalando así sus analogías y diferencias. De esta obra se conservan veintidós pares y son una importante fuente de información sobre la Antigüedad por la gran cantidad de detalles históricos que contienen del final de la época helenística, en la que los Estados Griegos llevaban más de dos siglos dominados por el Imperio Romano. El resto de sus escritos, son tratados dedicados a muy diversos temas reunidos bajo el título de Las Moraila u obras morales. Aquí vamos a centrarnos en uno de ellos.
La excelencia de las mujeres –o Las Virtudes de las Mujeres-, es un ensayo dedicado a Clea, y parece escrito para que lo lea una mujer. Clea era sacerdotisa de Dionisio en Delfos, e hija de un matrimonio con el que el autor mantenía una profunda amistad. Plutarco no sólo escribe para ella, trata de esclarecer si la excelencia de las mujeres es igual que la de los hombres, por lo que previamente, ha hablado con ella acerca de esta cuestión. Un recurso que abalará sus palabras frente a quienes no están seguros de dicha excelencia. Recordemos que en esta época era tan importante lograr grandes hazañas como elaborar buenos discursos frente al ágora, por lo que la retórica era vital para la democracia. Y pese a que la relevancia de las mujeres había aumentado, todavía existía (y existe) la tendencia a la ruptura entre ambas realidades (masculina y femenina) como un aparato de control y represión hacia la mujer en su papel social. Todo este contexto histórico y socio-cultural nos lo aclara su traductora, Marta González González, quien además de aportarnos una visión fidedigna de Plutarco, nos regala explicaciones en anotaciones a pie de página que enriquecerán aún más su lectura y nos ayudarán a comprender mejor las ideas o reflexiones que se platean en cada caso.
Comienza refutando las afirmaciones de Tucídides en la Historia de la Guerra del Peloponeso, que puso en boca de Pericles, viniendo a señalar la tendencia misógina que éste defiende sobre el papel de la mujer en sociedad. Para ensalzar aún más sus razonamientos, se apoya en ejemplos de arquetipos femeninos que fueron tanto o más valientes que sus equivalentes masculinos. Habla de Las Mujeres de Troya, de cómo quemaron los barcos de sus esposos para obligarlos a asentarse en tierra definitivamente tras su caída, y cómo dominaron su ira; o de las hazañas llevadas a cabo por las Mujeres de Argos en las que alentadas por los versos de la poeta Telesila, se defienden su patria con escudos y espadas frente Cleómenes, rey de Esparta y sus tropas, luchando cómo guerreros, como iguales. Se habla de las Mujeres Persas, de las Mujeres Celtas; o de Melos y la Fócide, para luego pasar a ejemplos de mujeres con nombre propio, en la que su valor y coraje es sin duda el areté o virtud que define a ciertos hombres. Ensalza su determinación, su fuerza y su valentía, no porque necesite valerse de meros ejemplos, sino porque tiene la convicción de que muchas mujeres no se limitan al gineceo, que deben tener mayor representación dentro de una sociedad de dominis, para así comenzar a ser dominas de su propia voz. Tampoco podemos pensar que Plutarco pretende fomentar el “feminismo” propiamente dicho, seguía viviendo en una época donde los hombres considerados “ciudadanos” dominaban todos los aspectos de la sociedad.
Este es un libro para amantes de los clásicos antiguos, o para lectores familiarizados con la mitología e historia grecolatina, ya que muchos nombres y relatos que contienen forman parte de este universo histórico. Sin embargo, también se trata de una oportunidad de adentrarse en la Historia de mano de uno de los grandes pensadores de la Antigüedad.
Retomando los clásicos de la antigüedad no sólo estamos yendo hacia las bases de la política o la democracia, estamos comprobando lo mucho y lo poco que hemos avanzado en estos siglos. Ya sea por el contexto sociocultural e histórico de la época, no nos equivoquemos al pensar que nos hemos alejado demasiado de ellos. Nuestro Estado continua siendo patriarcal, pater familias, eso es lo que era Plutarco, y sin embargo, decidió dejar por escrito lo que pensaba acerca de algunas mujeres que hicieron lo que tenían o debían hacer pese a las consecuencias. Al igual que los hombres virtuosos, virtud o areté, sólo tenía una traducción masculina, por lo que era difícil tratar de atribuirle este adjetivo masculino al ensalzar a una mujer. Quizá esta sea una de las razones por las que sólo se estudia historia de la antigüedad en profundidad si cursamos la carrera de Historia, y es una lástima, ya que Latín y Griego, Filosofía, Cultura Clásica e Historia del Arte nos ayudan a no olvidar, a ser consciente de nuestros inicios y a entender las claves del nacimiento de la forma de Estado en la que vivimos, de cómo está nuestra sociedad organizada, ya que nos resultaría muy sencillo darnos cuenta de que seguimos sumergidos en una espiral. Muchos dijeron y dirán que la historia se repite, pues eso, que de vez en cuando no está nada mal acercarnos a quienes asentaron las bases de lo conocido ahora.
Aunque a algunos les pese, el feminismo siempre ha estado presente y es necesario para una sociedad avanzada. Por eso luchemos, no sólo cómo mujeres, sino como las magníficas y temidas Amazonas que describió Homero en “su” Ilíada. Valientes y determinantes cómo todas las célebres féminas que se describen en este apasionado tratado de Plutarco. Hay infinitud de referentes e iconos femeninos esperando ser rescatados del baúl de la Historia. Si pretendemos ganar sonoridad y sororirad, deberíamos comenzar por el principio, y que mejor forma que hacerlo a través de la Antigüedad.