Las hijas de la tierra de Alaitz Leceaga.
por Vanessa Díez
Crecer en una casa llena de sombras. Los años y la tragedia habían maltratado tanto a los habitantes como a las paredes. El dolor impregnaba la estructura. Quien entraba no era capaz de ser nunca más la misma persona, si no que se abandonaba a la oscuridad que allí dominaba. El sufrimiento, los gritos y el llanto se repetían no importaba de quien fueran. Generación tras generación aquella casa se alimentaba del sufrimiento de cada uno de sus integrantes y se cobraba las deudas que antaño hubieran contraído otros, incluso los niños pagaban.
Una madre que no es capaz de amar porque no la amaron. Al quedar huérfana la criaron sus tías que la maltrataban en vez de quererla, aquello lo cambió todo. Y el hombre que se convirtió en su marido tampoco la quiso, si no que se convirtió en su verdugo. Así ella se vio superada por el matrimonio y la maternidad. Ella hubiera preferido seguir con sus investigaciones, pero la época la obligó a ser esposa y madre en contra de sus deseos. No lo deseaba y lo hizo porque no tenía otra salida. Así no quiso a aquellas tres niñas. No pudo darles amor, ya no quedaba nada dentro de ella. Era un animal herido vagando por aquella casa, para terminar como un espectro por los oscuros rincones tramando su venganza.
“Las hijas de la tierra” nos enfrenta a aquello que hay de los ancestros en nosotros. El pasado nos da respuestas aunque no nos agrade escuchar ciertas verdades. Ciertas herencias según la época tendrán una explicación u otra. La enfermedad mental incluso ahora no es aceptada por la sociedad como tampoco la libertad sexual, siendo políticamente correctos deberíamos decir que sí, pero todavía veo reacciones de rechazo en gente que se considera “normal” ante estos casos, cuando la normalidad es una utopía, una coraza para desperdiciar la existencia sin dejarse ser, al menos ahora no se encierra a la gente o se le envía a centros para curarse por tener alguna forma distinta de ser o sentir, vivir sin descubrirse sigue siendo la opción viable.
“Las hijas de la tierra” es un canto a la libertad. Mujeres que no podían desobedecer y hacer su voluntad por su condición. Nuestra protagonista crece a lo largo de la novela. La escritora nos da al principio una víctima sumisa que se deja manipular por su opresor, pero a lo largo de la trama vamos viendo a una mujer luchadora que saca adelante la finca familiar y mantiene a sus hermanas. Además levanta su voz ante su primer opresor y ante los otros que quieren dejarla sin opciones de salir adelante. Lucha incluso en los momentos de mayor adversidad y ante el dolor en vez de hundirse grita su rabia como un animal herido y protege a los suyos.
Alaitz Leceaga nos ofrece unos personajes femeninos fuertes que se enfrentan a la vida y luchan por seguir adelante. Sin importar lo que digan los demás. Además vemos qué camino puede tomar una víctima tras los abusos de su perpetrador, es decisión nuestra convertirnos en monstruo, dejar que el dolor nos venza llevándonos a la oscuridad. Sufrir un cambio es inevitable pero podremos decidir hacia dónde dirigir nuestro camino y tan sólo avanzar.
El feminismo se escucha en algunos de sus personajes, no sólo tenemos una protagonista que se atreve a hablar y desobedecer en una época oscura para las mujeres, si no que tenemos personajes secundarios muy interesantes, desde una sufragista francesa hasta una alcaldesa que ostenta el poder en la sombra. Mujeres que alzan su voz.
El rumor siempre ha sido la mejor arma para herir a una mujer, pues hasta hace poco la honra y la virginidad eran valores femeninos que determinaban el futuro tradicional a tomar. Si una mujer caía en desgracia se salía del camino establecido para la condición femenina y allí estarían las endemoniadas, las locas, las rebeldes y las apóstatas. Todas aquellas que se hubieran atrevido a pensar, a ser y a sentir. Ser diferente y no ocultarlo siempre fue pecado.
Alaitz Leceaga no defrauda en su segunda novela. Nos ofrece una saga familar de mujeres malditas y endemoniadas que viven apartadas del pueblo por el estigma de haber nacido mujeres en una familia marcada por la desgracia. Sus personajes femeninos crecen ante la adversidad y gritan en vez de callar.
