Spring Festival 2019: Del brillo de Viva Suecia al color de Fangoria.
por Sandro Maciá
Que no, que no soy runner. Lo sé. Pero déjenme tener esa ilusión de creerme todo un campeón cuando cruzo un arco que, aún sin ser de meta, fascina al ser admirado: la entrada a cualquier festival. Porque aunque sea cierto que no tanto desgaste físico supone llegar a pasar por semejante estructura –a la entrada, que a la salida hay algunos que acumulan mayor fatiga y casi destroza muscular que los profesionales de las carreras-, también lo es que el nivel de excitación que genera al ver lo que acontecerá tras las barras de metal y los carteles ondeantes se asemeja, y no poco, al de un sudoroso fin de trayecto con dorsal.
¿Locura? Llamémoslo felicidad, pues, créanme que si muy exagerado les parece este símil que el aquí escribiente protagoniza, cual Usain Bolt, al acceder a cualquier recinto festivalero, se debe a que no han tenido la suerte de haber acudido a eventos como el recientemente acontecido en la Institución Ferial Alicantina de Elche (IFA) durante los pasados 24 y 25 de mayo, el ya “nuestro” –¡y que sea por muchos años!- Spring Festival, cuya celebración supone el punto de partida hacia un verano sin descanso ni tregua a la buena música.
Y es que, el “hermano menor” del casi inminente Low Festival de Benidorm -programado para el 26, 27 y 28 de julio, como puntualmente marca la tradición-, volvió a crecer en calidad y cantidad en este 2019, erigiéndose como digno referente de los festivales que juegan en la amplia –pero rivalmente ajustada- liga de las ediciones divididas en dos días y ofreciendo una programación que, pese a contar con una división estilística muy definida en cuanto a las bandas presentes en los timmings de cada jornada, no dejó a ningún asistente a medio gas.
Más bien todo lo contrario, pues aunque claramente predominase el indie en un viernes capitaneado por maestros de las cuerdas y las melodías pegadizas y el sábado se diese prioridad al pop más loco, electrónico y trash, fue la conjunción de ambas noches lo que, analizado en perspectiva, hizo grande a un festival donde resultó difícil encontrar vencedores y vencidos sobre las tablas de los escenarios Jägermusic y Ambar, ya que la calidad de (casi) todos los artistas era tal que requería, en la medida de lo posible y salvo por las normales e inevitables coincidencias horarias, su minuto de atención.
No obstante, partiendo de la base de que uno aún no ha desarrollado el don de la omnipresencia pero sí empieza a saber más por viejo que por sabio, muy deshonesto sería no aventurarme a destacar que el viernes -sin desmerecer la pasión desatada por Carolina Durante con su “Cayetano”, los siempre correctos Miss Cafeína y Las (dulcemente impredecibles) Chillers- fue Viva Suecia, quien se puso las botas sobre el escenario Ambar, comiéndose a bocados un exitoso pastel que en otros tiempos podría haber compartido con Love of Lesbian, de no haber caído los catalanes en un bucle de misticismo, “sosez” y manidos intentos por recuperar ese ingenio y entrega que caracterizaba sus directos de hace años…
Que sí, que no negaremos que los de Balmes tuvieron tiempo y espacio para rescatar hits como John Boy y 1999, e incluso dar un repunte hacia la actualidad con Bajo el volcán, pero poco más pudieron hacer por evitar que la admiración por el trabajo bien hecho recayera sobre los chicos del norte, que contagiaron de energía y efusividad a un público agradecido por esa manera de brillar entre éxitos ya asimilados, como Bien por ti o Hemos ganado tiempo, e himnos que aspiran a ser buque insignia de la banda por donde quiera que vaya, como ocurre con Amar el conflicto (todo lo que importa).
Un público, éste, que se dobló en número durante la segunda jornada, llegando al “sold out”. Algo que no es de extrañar si se tiene en cuenta que muy mal tenía que terciarse la noche para que, con un cartel que juntaba entre sus líneas a Fangoria, Nancys Rubias, Ojete Calor y Putochinomaricón, la fiesta no estuviese asegurada.
¡Y vaya que si hubo fiesta! Tras el paso de Rozalén por el escenario Ambar –espléndida para unos, consabidamente cursi para otros- con Girasoles o La puerta violeta, las Nancys Rubias salieron a escena con un ímpetu digno de ser recordado, iniciando con una versionada Eloise del gran Tino Casal un show en el que las poses y el siempre llamativo talante de Mario Vaquerizo no eclipsaron el ingenio de un repertorio formado por temas nuevos como Decídete y La Gorda Asesina, canciones no tan flamantes como Alfabeto Nancy, Llámame Poupée, Marcianos Ye-yés o Peluquitas; y clásicos, tanto propios –Barbie debe morir y Nancys Rubias- como de otros –hitazo de Blondie, Call me, que se marcaron los madrileños en forma de versión-.
Después de ellos, Alaska y Nacho Canut hicieron lo propio con Fangoria, sin permitir que decayese el ánimo pero sin olvidar que su espectáculo también pasa por emocionar desde lo visual, combinando así las interpretaciones de sus recientes ¿De qué me culpas? o ¿Quién te has creído que soy? con unos pases de baile y un apoyo gráfico que sirvió como complemento y como transición entre otros hits –Fiesta en el Infierno, Dramas y Comedias, Espectacular, Geometría Polisentimental…-, tanto de hoy como de las décadas que nos vieron crecer –ajá, no faltó A quién le importa ni Ni tú ni nadie-, todo ello con sus correspondientes momentos discotequeros -tan ansiados como disfrutados, que llegaron de la mano de sus versiones de Llorando por ti e Historias de Amor- y sorpresas, como el fin de fiesta junto a las Nancys Rubias cantando Huracán Mexicano.
El break entre dichos maestros de la mezcla interespacial y temporal, lo hizo Putochinomaricón, que aunque desde el discreto escenario Jäggermusic dio un repaso al mundo y a sus filias y fobias a base de mucho loop y (no tanta) voz, divirtiendo como sólo el sabe hacer a través de sus archiconocidos Gente de Mierda y Tu puta vida nos da un poco igual o mediante el estreno de algunos cortes de su “Miseria Humana”, no llegó a calentar tanto como su sucesor Meneo, quien fue el aperitivo perfecto para recargar pilas y acudir a ver a Second.
Los de Murcia, apuesta segura donde las haya, terminaron de sembrar la euforia ya entrada la madrugada, sabedores de que no hay quien se resista a su Rincón Exquisito y Mira a la gente y conscientes de que iban a ser el preámbulo de algo tan surrealista como esperado: el cómico-artístico show de Ojete Calor, donde Carlos Areces y Aníbal Gómez desplegaron sus dotes para comenzar haciendo una irónica oda al balconing y continuar ofreciendo su humor e ingenio en forma de sus ya consagrados himnos, como: Vintage, Ojete Calor, 0’60, Opino de que o la reciente Mocatriz.
De esta manera, y con más de 37.000 asistentes entre ambos días, el Spring Festival cerró su actual edición, no sin olvidar a los “pinchadores” que siguieron amenizando las últimas horas del evento, cuyo cartel, si ya de por sí llamaba la atención, se contextualizó artística y gastronómicamente hablando en su natal Alicante con la Spring Beer Week, una semana en la que una veintena de restaurantes de la ciudad ofrecieron tapas exclusivas maridadas con especialidades Ambar y que dio comienzo el día 18 de mayo, coincidiendo con el gratuito Opening Day que reunió en el centro cultural de Las Cigarreras a bandas como Els Ramonets, La Plata, La Zowi, Texxcoco y Los Invaders, platos previos a una posterior ruta de Djs -la “Spring Club Night”-que recorrió algunos de los pubs y bares más destacados de la noche alicantina.

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Revisitamos Driving home for Christmas, con Soak.
por Sandro Maciá
Pues… que seguimos en Navidad. Sí, en Navidad. No se crean que hemos terminado con las felicitaciones, con las comidas infinitas y con las largas tardes en familia así como así, porque, por mucho que queramos empezar ya con los cursis batidos detox y con la vida sana, aún nos quedan por delante unos días de reencuentros y cebamientos varios con los que terminar este periodo que, quieran o no y a juzgar por las veces que todavía escucharemos aquello de “feliz año”, aspira a no olvidarse fácilmente.
Sin embargo, ¿acaso no es esa la magia de este tiempo? ¿No es esta estación del año, precisamente, más bonita por sus tradiciones, su intensidad -a veces agobiante, vale- y su halo de misticismo en cada cálido momento condenado a ser un futurible recuerdo? ¡Ya lo creo que sí, compañeros! Por eso mismo, sin querer faltar a la honestidad que brota en mis dedos en estos días y tras haber tomado la decisión de seguir avivando la llama de la hoguera músico-navideña que pronto se apagará, propongo que dejemos sobre la mesa el polvorón que aún estaréis agarrando y que centréis toda vuestra atención en el single que hoy decora, como si de un abeto se tratase, las letras de esta página: Driving home for Christmas, la nueva joya que ofrece Soak en estas fechas tan señaladas.

Llegado de la fría Irlanda y aún con la escarcha deshaciéndose entre sus acordes, el clásico tema navideño -hagánme caso: si prestan atención, les sonará- vuelve ahora a ser parte de la banda sonora de nuestros momentos frente a la chimenea -ok, me vale que usen una estufa- gracias al saber hacer de una jovencísima artista. Una dulce -en apariencia- muchacha que ha sido calificada como “la voz de una generación” que cuenta con dos álbumes en su currículum -Before We Forgot How to Dream (2014) y TBA (2018)- y que, pese a haber comenzado en esto de contagiarnos su arte a ritmo de indie, folk y dream pop con sólo 16 años, parece tener claro que lo suyo es transmitir con cada nota de sus composiciones una experiencia vital digna de muchos adultos y a la altura de músicos de renombre.
Sirva como ejemplo el propio single que ahora presenta, una canción a voz y guitarra donde los sigilosos susurros de Bridie Monds-Watson -así se llama doña Soak en realidad- se mezclan
con las cuerdas de dicho instrumento para narrar, con delizadeza pero sin aburrir, una letra apropiada para disfrutar en la intimidad, en el recogimiento y en la felicidad propia de esos momentos de relax que a todos nos gustan y que, con unos giros vocales y una sencillez que contrasta con las reverberaciones -justas, pero en su correcta medida- bien traidas a cada estrofa de éxitos como su Everybody loves you, acaba por enganchar a lo largo de unos cuatro minutos y medio dulces y adictivos.
No tendremos tanta nieve ni tanto frío como los paisajes que evocan los versos de Soak en este navideño single, vale, pero cerrar los ojos y viajar a estos lugares será, con este Driving home for Christmas, más fácil que nunca.
Navideño descubrimiento, atemporal talento.