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Casas y tumbas de Bernardo Atxaga

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por Lara Vesga

El título del último libro de Bernardo Atxaga (Asteasu, Gipuzkoa, 1951) bien podría ser el titular de un buen reportaje de la situación que estamos viviendo estas semanas debido a la pandemia provocada por el coronavirus. Quizá, incluso abstrayéndonos de esta situación, siguiera siendo una inmejorable síntesis, en solo tres palabras, de lo que supone la existencia y la no existencia. Una reducción a la mínima expresión del todo y de la nada, del comienzo y del final, de la vida y de la muerte.

«Casas y tumbas» habla precisamente de los grandes dilemas vitales y mortales. Ahora más que nunca sabemos de la importancia de las casas, la vida y las historias que ocurren entre cuatro paredes. La evolución del amor de una pareja desde la pasión de la juventud hasta la sosegada confianza y lealtad que otorga el paso de los años. O el desamor que llega con el hastío, la rutina, sembrando de discusiones los pasillos y habitáculos de un hogar que antaño albergó besos y complicidad. Es indudable que en las casas transcurre gran parte de nuestras vidas. Aún más en las tumbas, lugares de reposo eterno.
En general, «Casas y tumbas» sigue un orden cronológico en sus capítulos. Lo curioso del libro es que cada uno cuenta la historia de un personaje, y aunque todos ellos están relacionados de alguna manera, no sabemos del todo, aunque podemos intuir a través de pequeñas pinceladas, cuál ha sido el devenir de los personajes que se han tomado en un capítulo y dejado en el siguiente.

Conocemos así a Elías, un niño que ha regresado sin habla a Ugarte, un pueblo del País Vasco, tras estar internado en un colegio del sur de Francia. Elías recupera las palabras gracias a su amistad con dos hermanos gemelos y a un suceso que ocurre en las aguas del canal que baja de la montaña y que les dejará una eterna impronta a los tres. Por otro lado, corren los años setenta y la dictadura franquista está dando sus últimos coletazos. La amistad, eje vertebrador de la novela, regresa a través de los personajes de Eliseo, Donato, Celso y Caloco, quienes adoptan a una cría de urraca muy especial que les toma por sus padres.

Años después, con el trasfondo de las huelgas de la industria minera de Ugarte, conocemos la historia de Antoine, un ingeniero francés que ama por encima de todo a sus dos perros y que pasa sus días maquinando una venganza.

La era digital llega y cambia todo. Los personajes lidian con Internet, los smartphones, los realities televisivos… La vida ya no es lo que era, las cosas no han salido siempre como creían, la muerte ha hecho ya sus primeros actos de presencia, o a veces simplemente se mantiene agazapada a la vuelta de la esquina, amenazante. Al final del libro un original epílogo nos revela que Atxaga ha echado mano de muchas vivencias personales y recuerdos para escribir esta emocionante novela que nos obliga, cuando ya cerramos sus tapas, a mirar todo lo que nos rodea con otros ojos.