El jardín de los espejos, de Pilar Ruiz.
por Lara Vesga
Inés, Amalia y Elisa son tres mujeres separadas por el tiempo pero que comparten un mismo lugar: El Jardín del Alemán, una casa perdida en un monte de los valles pasiegos de Cantabria, en un entorno rodeado de cuevas con arte rupestre, brujas, druidas, vacas y tan solo unos pocos seres humanos. Las tres, por diferentes motivos, acaban en ese mismo destino, un sitio especial, magnético, que encierra más de un secreto, algunos bonitos y otros no tanto, y que cambiará las vidas de todas ellas.
Pero vayamos por partes. En el presente está Inés, quien viaja a Cantabria con el objetivo de documentar un proyecto audiovisual destinado a contar la vida de un cineasta desaparecido hace décadas, un misterio que nadie ha conseguido resolver.
En 1949 encontramos a Amalia, quien llega al mismo lugar escapando de algo, de alguien y también de sí misma.
Y en 1919 está Elisa, que dedica su vida a esperar el regreso de un hombre desaparecido en la Gran Guerra. Porque precisamente ella es la mujer del alemán.
Escritora, periodista y directora de cine, Pilar Ruiz ha escrito una novela en tres tiempos que es una proclama a favor de todas aquellas mujeres artistas perdidas que nunca llegaron a pasar a la Historia en mayúsculas. En «El jardín de los espejos» ellas salen del ámbito doméstico al que durante tanto tiempo ha quedado relegado el género femenino para pintar, fotografiar, escribir… Ni Inés, ni Amalia ni Elisa quieren ni pueden esconder su arte pese a las convenciones sociales, pese a las pegas de su entorno. Un arte que brota de manera aún más natural y mágica en el entorno de Puente Viesgo, una de las localidades donde se ubica la novela. Fue allí, de hecho, durante una visita de la autora a las cuevas de El Castillo, situadas en Monte Castillo, junto al pueblo, donde se inspiró para escribir el libro.
Como una muñeca rusa, «El jardín de los espejos» es una historia que encierra otras muchas historias. Historias que se solapan, que se entrecruzan, que convergen y divergen. Desmadejar esas historias poco a poco, a la vez que se va profundizando en la psicología de sus personajes, es un disfrute para el lector. Como lo es descubrir, o redescubrir quizá, los valles pasiegos que se respiran en cada hoja del libro. La fuerza del río Pas, el peculiar carácter de los habitantes de la zona, los montes, los rituales, la conexión especial con la naturaleza y los modos de vida completamente distintos a los que estamos acostumbrados hoy en día.
Tengo la suerte de vivir cerca de esos parajes. Al terminar el libro el cuerpo me pedía coger el coche y recorrerlos, visitar las cuevas, empaparme de la magia del entorno y así entender, en una experiencia completa y preciosa, lo que pudo sentir la autora y sus personajes al vivir y visitar esos mismos valles pasiegos.